Revístanse de afecto entrañable y de bondad,
humildad, amabilidad y
paciencia,
de modo que se toleren unos a otros y se perdonen
si alguno tiene
queja contra otro.
Así como el Señor los perdonó,
perdonen también ustedes.
Colosenses
3:12-13
Si hemos sido
víctimas de alguna agresión, si alguien nos ha perjudicado voluntariamente o si
no podemos olvidar determinada ofensa, corremos el riesgo de que se arraigue en
nosotras uno de los sentimientos más destructivos: el rencor.
El rencor no
solamente afecta a la mente (a los pensamientos y a las acciones), sino que se
“extiende” por todo el cuerpo. Podemos comprobar esto cuando nos encontramos
con alguien que nos ha ofendido. Nos sudan las manos, se siente un extraño
vacío en la boca del estómago, se nos seca la boca y aumenta el ritmo cardíaco.
El precio que debe pagar alguien que vive con el rencor es muy elevado.
El rencor
suele dar paso al enojo y este, si no se combate, se transformará en amargura.
El perdón es
la única manera que tenemos para deshacernos de las cadenas del rencor, y es en
esta arena movediza en la que casi todos los humanos quedamos “atrapados”. Los
sentimientos negativos muchas veces son más fuertes que nuestra voluntad de
perdonar. Por eso, no damos el paso, y vivimos encadenados a nuestras
emociones.
Perdonar es un
acto de la voluntad, no de la emoción, y también es un acto de fe. Debemos
confiar en que Dios nos dará las fuerzas que necesitamos para romper las
cadenas de amargura que nos atan. Recuerda lo que dijo el salmista respecto a
lo que el Señor es capaz de hacer: “Restaura a los abatidos y cubre con vendas
sus heridas” (Salmo 147:3). Si confiamos en Dios, entonces sanaremos, aunque
quizá queden cicatrices que nos hagan recordar para siempre aquello que nos
causó daño.
Al hacer lo
anterior, los recuerdos no estarán revestidos de sentimientos negativos, sino
de misericordia. Es entonces cuando la justicia de Dios nos reivindicará. No
olvides que cada día tú misma recibes el perdón de Dios sin merecerlo.
Amiga, hoy es
una excelente oportunidad para que nos liberemos de las cadenas del rencor, la
ira y la amargura. Lo lograremos al ejercer fuerza de voluntad y al pedir y
recibir ayuda divina. Entonces seremos dignas de decir al Señor: “Perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”
(Mateo 6:12).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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