Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca. Pero
sus ídolos son de oro y plata,
producto de manos humanas.
(Salmo 115:3, 4).
El último
reino maya en sucumbir a la dominación española fue el de los itzajes, que
vivían en lo que es hoy la isla de Flores en el lago Peten Itzá, Guatemala.
Hernán Cortés fue el primero que visitó el reino en 1525 mientras viajaba a
Honduras por la costa del Caribe. Cuando Cortés se preparaba para partir, notó
con tristeza que uno de sus caballos se había clavado una astilla grande en una
pata. Como no podía llevarlo, le regaló el precioso animal al gobernador Ah
Kaan Ek, quien prometió cuidar al extraño animal. Los caballos no eran
conocidos en América antes de la llegada de Colón.
Los registros
históricos nos cuentan que los mayas llegaron a adorar al caballo como dios y
le pusieron por nombre Tziminchaak. También le ofrecieron la alimentación digna
de los dioses, flores y aves. El pobre animal murió de hambre no mucho tiempo
después. Entonces los mayas hicieron una imagen de piedra del caballo y la
veneraron durante décadas.
En 1618, los
sacerdotes fray Bartolomé de Fuensalida y fray Juan de Orbita visitaron el
reino de los itzajes con el deseo de convertirlos al cristianismo. Allí, ante
los atónitos ojos de los sacerdotes, los indígenas les mostraron la imagen
tallada en piedra de Tziminchaak y les narraron su historia. En un arrebato de
furia, Orbita destruyó la imagen en el mismo momento ante la consternación de
la población, pero tuvo que huir con su compañero porque el pueblo hizo
entonces planes para matarlos. En 1623, el sacerdote Diego Delgado y noventa
acompañantes visitaron una vez más a los itzajes para intentar convertirlos,
pero fueron sacrificados en un mismo día como retribución por la destrucción de
la imagen. En 1695, fray Andrés de Avendaño y Loyola visitó el reino una vez y
vio en el templo el hueso de una pierna y la cadera de Tziminchaak, que todavía
era adorado. El reino maya sucumbió dos años después.
La historia
quizá nos haga sonreír, pero si piensas con cuidado comprenderás que nosotros
cometemos errores semejantes. ¿Cuántas veces rendimos adoración al dinero, al
trabajo y a nuestra carrera, pensando que resolverán nuestros problemas?
¡Muchas veces a costa de nuestra salud y de nuestra familia! Por desgracia, en
determinado momento nos muestran que no merecían el servicio y la adoración que
les ofrecíamos. Mejor pon tu confianza en el Dios verdadero que creó el cielo y
la tierra. Él nunca te fallará.
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