viernes, 15 de noviembre de 2013

SALIR DE LA EMBARCACIÓN

Portada Jovenes
En la madrugada, vio que los discípulos hacían grandes esfuerzos para remar, pues tenían el viento en contra. 
Se acercó a ellos caminando sobre el lago, e iba a pasarlos de largo (Marcos 6:48).

Hace algunos años, mientras vivía en Michigan, nos pasó algo que siempre me ha dejado pensativo. Mi esposa se dirigía a nuestro hogar en el automóvil con nuestros hijos mientras yo trabajaba en casa. En cuestión de minutos, el cielo se oscureció completamente, empezó a llover con intensidad y a soplar un viento muy fuerte. Era el inicio, o quizá una de las capas externas de un tornado. Mi esposa decidió entonces refugiarse en la primera área de servicio que pudo encontrar.

Mientras mi esposa estaba en la gasolinera recordó lo que habíamos hecho en casa unos días antes. Varios tornados habían azotado algunas regiones cercanas a donde nosotros vivíamos y habíamos visto en la televisión cómo arrasaban estaciones de servicio similares a donde se encontraba mí esposa. Fue cuando ella se dio cuenta de que no tenía protección. La decisión fue rápida. Tomó a mis dos hijos, se subió al automóvil y condujo en medio de la tormenta hasta la casa, que se encontraba no muy lejos de allí.

Algo similar le pasó a Pedro cuando Jesucristo apareció caminando sobre las aguas del lago. Los discípulos habían luchado sin éxito contra la tormenta toda la noche, y para ese momento se habían dado cuenta de que su barca no les ofrecía seguridad. Jesús hizo como que iba a adelantárseles porque nunca nos impone su salvación. Solicita siempre nuestro permiso. Pedro se dio cuenta de que su única salvación estaba con Jesús. Pensó: “¡Yo no me quedo! Esta barca se va a hundir. Yo me voy con el Maestro”. Entonces gritó: “¡Señor, yo me quiero ir contigo!”

La petición de Pedro no era la de una fe aventurera que deseaba probar nuevas experiencias.

Era una llamada de auxilio que surge del temor. Entonces Jesús le dijo: “Ven, ¡deja la barca!” Es que las “barcas” no pueden superar las tormentas más violentas que nos presenta la vida. Cuando la tormenta azota, tenemos que dejar la barca de las soluciones humanas y aferramos al poder de Cristo. Es preciso que obedezcamos su voluntad aunque parezca descabellado.

Jesús no calmó la tempestad, pero sí capacitó a Pedro para que caminara sobre el mar.

¿Estás en medio de una tempestad? Puede ser que Dios no la calme, pero sí te puede dar poder para vencerla. Sin embargo, es preciso que primero abandones las barcas humanas y confíes en Jesús.

Lecturas Devocionales para Jóvenes 2013
¿Sabías qué..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez

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