En la madrugada, vio que los discípulos hacían grandes esfuerzos para
remar, pues tenían el viento en contra.
Se acercó a ellos caminando sobre el
lago, e iba a pasarlos de largo (Marcos 6:48).
Hace algunos
años, mientras vivía en Michigan, nos pasó algo que siempre me ha dejado
pensativo. Mi esposa se dirigía a nuestro hogar en el automóvil con nuestros
hijos mientras yo trabajaba en casa. En cuestión de minutos, el cielo se
oscureció completamente, empezó a llover con intensidad y a soplar un viento
muy fuerte. Era el inicio, o quizá una de las capas externas de un tornado. Mi
esposa decidió entonces refugiarse en la primera área de servicio que pudo
encontrar.
Mientras mi
esposa estaba en la gasolinera recordó lo que habíamos hecho en casa unos días
antes. Varios tornados habían azotado algunas regiones cercanas a donde
nosotros vivíamos y habíamos visto en la televisión cómo arrasaban estaciones
de servicio similares a donde se encontraba mí esposa. Fue cuando ella se dio
cuenta de que no tenía protección. La decisión fue rápida. Tomó a mis dos
hijos, se subió al automóvil y condujo en medio de la tormenta hasta la casa,
que se encontraba no muy lejos de allí.
Algo similar
le pasó a Pedro cuando Jesucristo apareció caminando sobre las aguas del lago.
Los discípulos habían luchado sin éxito contra la tormenta toda la noche, y
para ese momento se habían dado cuenta de que su barca no les ofrecía
seguridad. Jesús hizo como que iba a adelantárseles porque nunca nos impone su
salvación. Solicita siempre nuestro permiso. Pedro se dio cuenta de que su
única salvación estaba con Jesús. Pensó: “¡Yo no me quedo! Esta barca se va a
hundir. Yo me voy con el Maestro”. Entonces gritó: “¡Señor, yo me quiero ir
contigo!”
La petición de
Pedro no era la de una fe aventurera que deseaba probar nuevas experiencias.
Era una
llamada de auxilio que surge del temor. Entonces Jesús le dijo: “Ven, ¡deja la
barca!” Es que las “barcas” no pueden superar las tormentas más violentas que
nos presenta la vida. Cuando la tormenta azota, tenemos que dejar la barca de
las soluciones humanas y aferramos al poder de Cristo. Es preciso que
obedezcamos su voluntad aunque parezca descabellado.
Jesús no calmó
la tempestad, pero sí capacitó a Pedro para que caminara sobre el mar.
¿Estás en
medio de una tempestad? Puede ser que Dios no la calme, pero sí te puede dar
poder para vencerla. Sin embargo, es preciso que primero abandones las barcas
humanas y confíes en Jesús.
Lecturas
Devocionales para Jóvenes 2013
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Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
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