Cuando se lo llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que
volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús
(Lucas 23:26).
Dice Leo R.
Van Dolson en El Rey ha nacido que en Londres hay una estatua de Cristo que
lleva su cruz. Se dice que miles de personas pasan junto a ella cada día sin
siquiera mirarla. Una inscripción al pie de la estatua dice: “¿No les importa
en absoluto, caminantes?”
Jesús tomó la
cruz voluntariamente por cada uno de nosotros. ¿Te preocupa? ¿No te duele
pensar en ese sacrificio hecho en tu favor? ¿Qué significa para nosotros?
¿Estamos dispuestos a llevar la cruz de la negación del yo por causa de él?
Simón de Cirene no tenía pensado cargar una cruz, pero la llevó con la
convicción de que era necesario llevarla voluntariamente, no porque los
soldados romanos lo obligaran.
Cristo dijo:
“El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).
Vivir una vida
de amor en el hogar, desarrollar el verdadero afecto hacia los padres le cuesta
algo al “yo”. Tenemos que aprender a entregarnos, a sacrificar tiempo y placer,
a trabajar de verdad para que eso sea una realidad.
Una joven
cantante llevaba una cruz que le parecía tan pesada que estuvo tentada a
abandonarlo todo. Angustiada, tomó el teléfono. Casi antes de que su amiga le
contestara, le gritó, diciéndole: “¡Algo terrible ha pasado! ¡Ya no soy
cristiana! ¡Lo abandoné todo!” Inmediatamente colgó el teléfono, pero entonces,
sus ojos se fijaron en un cuadro en el que aparece Cristo en el Getsemaní. El
corazón que ella pensaba tener muy frío comenzó a palpitar y cayó de rodillas
bañada en lágrimas. No podía negar a su Señor; habría sido una ingratitud
demasiado grande. Una culpa insoportable, negar al Salvador. Allí mismo
consagró su vida al servicio de Dios.
Con los ojos
nublados por las lágrimas, comenzó a cantar:
Por mí el
Salvador, oró.
En el
Getsemaní, la amarga copa la bebió, el buen Jesús por mí.
Esas palabras
borraron inmediatamente todo lo que había dicho poco tiempo antes.
Recuerda que
el camino a la gloria es el sendero angosto de la cruz. Cuando tomamos la cruz
de Cristo, él transforma esa cruz de negación del yo en una de amor. Desde ese
momento en adelante, llevar la cruz resulta un privilegio.
No temas
llevar la cruz de Cristo. Todo aquel que lo ama, la lleva con alegría.
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