Su fe y sus obras actuaban conjuntamente,
y su fe llegó a la perfección
por las obras que hizo.
Así se cumplió la Escritura que dice:
Le creyó Abraham
a Dios,
y esto se le tomó en cuenta como justicia”,
y fue llamado amigo de
Dios.
Como pueden ver, a una persona se le declara justa
por las obras, y no
solo por la fe.
Santiago 2:22-24
En
algunas ciudades hay establecimientos donde la gente se reúne para compartir
una taza de té. Los parroquianos acuden a ellos cuando desean pasar algunos
momentos de intimidad con personas que aprecian. He visitado en varias
ocasiones algunas de esas casas de té en compañía de mis hijas y de mi esposo.
Cuando una acude a dichos lugares, sabe que beber una taza de té humeante no es
la única razón para estar allí. Eso es apenas un pretexto para estar con
alguien muy querido. En una tranquila y grata camaradería algunas personas
pueden pasar más de una hora frente a su cálida bebida, sin que nada las mueva
a la prisa. Obviamente, al salir de ese lugar se experimenta la grata impresión
de que se ha pasado un tiempo en la mejor compañía, y eso es un alimento para
el alma. Recordemos que las buenas amistades se edifican mediante francas
conversaciones.
Cristo Jesús
también anhela conversar en forma franca y sincera con nosotras por un buen
rato, sin interrupciones y en privado. La prisa y la premura no están en sus
planes. Está dispuesto a pasar todo el tiempo que sea necesario a nuestro lado.
Cuando prolongamos nuestros encuentros con él y nos disponemos a escuchar su
voz y a conocer su voluntad, nuestro amor mutuo se fortalece y aumenta.
Escuchamos la
voz de Jesús que habla a nuestro corazón y podemos apropiarnos de sus
maravillosas promesas.
Cuando
disfrutamos de esa intimidad, reconocemos la gran importancia que él tiene en
nuestra existencia. Nuestra vida de oración también queda revitalizada mientras
recibimos la atención de alguien que nos ama con un amor incondicional.
Amiga, esta
mañana, antes de que la rutina del día te atrape, apártate a un lugar
tranquilo, abre la Santa Biblia y, en la quietud de la mañana, escucha la voz
de Jesús. Coloca sin reservas tu voluntad a sus pies, inclina la cabeza, y en
oración sincera permite que su dulce amor penetre en cada fibra de tu ser.
¿Acaso habrá un privilegio más grande que ser amiga de Jesús?
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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