El malvado hace alarde de su propia codicia; alaba al ambicioso y
menosprecia al Señor.
El malvado levanta insolente la nariz,
y no da lugar a
Dios en sus pensamientos.
Salmo 10:3-4
Mucha gente
confía en los asertos de esa aún desconocida área de la psicología denominada
morfopsicología. Creen que esta pseudociencia permite identificar los rasgos de
la personalidad de alguien a través del estudio de las características
morfológicas de su cara y su cuerpo. Esta disciplina sugiere que existe una
marcada relación entre los rasgos físicos, y las expresiones corporales de una
persona y su conducta. Aunque la morfopsicología no describe por entero cómo es
alguien, sí señala que existen diversos rasgos físicos que tienen una relación
directa con la conducta.
Curiosamente,
en la Biblia encontramos algunos textos que parecen apuntar en una dirección
similar. Por ejemplo, en el libro de Proverbios se nos dice: “El bribón y
sinvergüenza, el vagabundo de boca corrupta, hace guiños con los ojos, y señas
con los pies y con los dedos” (Proverbios 6:12-13). Interesante, ¿verdad? De alguna
manera, lo que revela el exterior está íntimamente relacionado con lo que hay
en el interior.
El versículo
con que hemos dado inicio a la reflexión de hoy se refiere a ese tipo de
personas que levantan la nariz en señal de arrogancia y orgullo, y que en su
insolencia son capaces de menospreciar incluso a Dios. Esa falta de humildad la
trasladan a todas sus relaciones personales. Esas personas olvidan que Dios
desecha a los soberbios y ayuda a los humildes y contritos de espíritu. El
Señor dice: “Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan
ante mi palabra” (Isaías 66:2).
Poner nuestra
voluntad por encima de la voluntad de Dios sería un pecado de presunción.
Significaría menospreciar sus mandatos para colocar en un primer lugar nuestros
deseos, considerando quizá a los demás como inferiores y poco dignos de
respeto.
Amiga, revisa
tu círculo de amigos. Piensa en todas las personas que interactúan contigo.
¿Acaso están algunas de tus actitudes hacia ellas salpicadas de altivez o
sinvergüencería? De ser así, convendría que examinaras el origen de dicho modo
de actuar. Quizá tenga su raíz en traumas del pasado. Hoy es una buena ocasión
para desatar toda cadena que te ate al pasado. Dios puede y quiere hacerlo por
ti.
¡Que el Señor
te bendiga hoy y siempre, y te permita ser un modelo de sencillez y humildad!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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