Al ver la señal que Jesús había realizado, la gente comenzó a decir:
“En verdad este es el profeta, el que ha de venir al mundo”. Pero Jesús,
dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se
retiró de nuevo a la montaña él solo (Juan 6:14,15).
El día que
Jesús alimentó a una multitud de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y
los niños, su ministerio llegó a la cúspide de la fama. Enormes multitudes de
Galilea y Judea lo seguían, celebraban sus milagros y escuchaban arrobados sus
enseñanzas.
En cierta
ocasión, mientras predicaba y realizaba milagros todo el día, se apoderó del
pueblo la convicción de que Cristo era el rey que lo libertaría del yugo
romano. Tenía todas las características del Mesías prometido. Era el hombre
fiel de la familia real de David a quien Dios había anunciado por medio de
Jeremías como “nuestra salvación” (Jeremías 23:6).
Jesús era un
hombre sabio, como Salomón, que juzgaría con justicia y sabiduría al pueblo y
le traería prosperidad. También era un profeta por medio de quien Dios actuaba
poderosamente.
Sanaba a los
enfermos y resucitaba a los muertos, como Elias y Elíseo siglos antes.
Jesús era sin
duda el profeta que Moisés había anunciado: “El Señor tu Dios levantará de
entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás” (Deuteronomio 18:15).
Este fue un
momento de gran alegría para los discípulos. Habían dejado todo por seguir a
Jesús. Muchos los habían calificado de locos por seguir a un desconocido que no
había estudiado en las prestigiosas escuelas rabínicas. Jesús no mostró interés
alguno por reclamar el trono de Israel. Los discípulos dijeron a la multitud
que era la modestia de Cristo lo que le hacía rechazar el honor de proclamarse
rey (El Deseado de todas las gentes, pp. 340,341).
Entonces, Juan 6:15 dice que la multitud decidió tomar a Jesús por la fuerza y
proclamarlo rey. Sin embargo, él desbarató sus planes y ordenó a los discípulos
que subieran a la barca. La expresión griega de Mateo 14:22 (anagkazo)
significa literalmente que los “forzó” a embarcarse. Elena de White dice en cuanto
a los discípulos: “Nunca antes había parecido tan imposible cumplir una orden
de Cristo” (Ibíd.).
¿En algún
momento te ha pedido Cristo que hagas algo que no quieres? Jesús, que veía más
allá de lo que la ambición descontrolada de los discípulos y la multitud podía,
quería ofrecer algo mejor que un reino temporal en la tierra. Si Jesús te
ha negado algo, seguramente quiere ofrecerte algo mejor. ¿Tienes la voluntad de
confiar en él?
Lecturas
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Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
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