“Si se enojan, no pequen”.
No dejen que el sol se ponga estando aún
enojados,
ni den cabida al diablo.
Efesios 4:26-27
El enojo es
una de las emociones humanas clasificadas como “negativas”, y eso se debe
principalmente a las muchas consecuencias perjudiciales que dicha actitud puede
provocar, y de hecho provoca, en la vida de millones de personas. El enojo
puede tener su origen en la frustración, en los intentos fallidos por conseguir
algo, o en algún dolor psicológico o físico.
Muchas
personas dirigen su enojo hacia sí mismas cuando están enojadas por algo o con
alguien. Llegan a pensar que son torpes y que están destinadas al fracaso (si
no se ven ya como fracasados). Otras dirigen su incomodidad hacia los demás.
Quizá tengan envidia del bienestar que otros disfrutan, o se consideren poco
afortunadas pensando que Dios las ha abandonado. Creen que el Señor provee para
los demás, pero que no lo hace de la misma manera para ellos. Son personas
incapaces de disfrutar de los favores divinos y de las bendiciones que reciben,
asumiendo en ocasiones un papel de víctimas sufrientes.
Nadie está
libre del enojo. Esta emoción es propia de la naturaleza humana y todos
mostramos una propensión a ella a cada paso que damos. Sin embargo, cuando el
enojo nos envuelve porque no somos capaces de controlarlo, y eso hace que nos
olvidemos del poder de Dios para afrontar las circunstancias, corremos un grave
peligro. El teólogo escocés Hugh Black decía: “Si un hombre fomenta el enojo,
si permite que su mente llegue a ser un nido de pasiones inmundas, de malicia,
odio y deseos malignos, ¿cómo podrá habitar en su interior el amor de Dios?”.
El enojo
permanente tiende a causar efectos permanentes en nuestro ser, y algunos de
ellos podrían ser irreversibles. Aconsejaba el apóstol Pablo: ““Si se enojan,
no pequen”. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados, ni den cabida al
diablo” (Efesios 4:26-27). Dios nos ha dado dos recursos maravillosos para
despojarnos de la carga que produce el enojo, antes de que eche raíces en
nuestra vida. Primero la oración, un medio por el cual nos comunicamos con lo
divino.
En segunda
instancia, el perdón, que es la obra de Dios en el corazón humilde de alguien
que no desea ser juez de los demás, sino que da lugar para que actúe la
justicia divina.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
No hay comentarios.:
Publicar un comentario