Palabra de Dios: Salmo 54:4
A mediados del
siglo XX, Benedito viajaba por el Río Mearim en un bote pequeño, yendo de aldea
en aldea vendiendo biblias y libros cristianos. Al ver que el sol estaba
próximo a ponerse, se dio cuenta de que no llegaría a otro pueblo antes que
oscureciera. “Voy a tener que detenerme por aquí, para dormir”, pensó.
Benedito se
desvió hacia un arroyo más pequeño, donde encontró el lugar perfecto para atar
su bote. Había una gran raíz aérea que sobresalía a la orilla del arroyo, y
pronto su bote estaba perfectamente asegurado. Luego, colocó una olla sobre su
pequeña cocina de ladrillos y comenzó a prepararse la cena. En ese momento,
algunos pedazos de corteza y de hojas cayeron en la olla.
Cuando miró
hacia arriba, vio una rama grande que colgaba directamente encima de él, y
sobre la rama se encontraba el culpable: un pequeño mono, con una larga cola.
El mono chilló y se estiró hacia abajo, tratando de tomar el sombrero de
Benedito. Más hojas cayeron dentro de la olla.
“No me voy a
quedar aquí, con este mono tonto”, decidió. Así que, desatando su bote,
encontró otro lugar, pasando una curva.
A la mañana
siguiente, Benedito continuó su viaje. Al dirigirse hacia el canal principal,
se sorprendió al descubrir lo que había pasado con el árbol en el que estuvo el
mono. La gran rama que había estado justo sobre su bote, aparentemente, estaba
podrida por dentro. Durante la noche, se había caído y ahora bloqueaba el
camino.
Mientras
Benedito trabajaba para abrir el camino, se dio cuenta de que Dios había
mandado al mono, para protegerlo del peligro.
“Gracias,
Señor”, oró. “…Dios es mi socorro; el Señor es quien me sostiene”.
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En algún lugar del Mundo
Por Helen Lee Robinson
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