Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de toda consolación,
quien nos consuela en todas nuestras
tribulaciones
para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido,
también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
2 Corintios 1:3-4
Dios ha dotado
a las damas con una cualidad especial llamada sensibilidad.
Los
ingredientes básicos de dicho don son una serie de atributos que deben estar
presentes en la vida de toda mujer cristiana: la dulzura, la calidez, la
empatía y la capacidad de entrega en favor de los que sufren. Todo esto puede
hacer que en las manos de Dios, lleguemos a ser instrumentos de consuelo,
especialmente para los dolientes.
Cuando alguien
atraviesa por un trance difícil, podría abrigar sentimientos de abandono
pensando que a nadie le importa lo que a él o ella le suceda. Algunos podrían
acercarse intentando sermonear y aleccionar respecto a la forma en que se
debería haber hecho esto o aquello, con el fin de evitar la situación que ahora
se atraviesa. Sin embargo, lo cierto es que eso es parecido a sumergirle la
cabeza bajo el agua a alguien que se está ahogando. Consolar significa aliviar
una pena, ayudar a la persona afligida a pensar con claridad, animarla a ver
luz donde en ese momento solo puede ver oscuridad y, por sobre todas las cosas,
hacerle experimentar el amor de Dios.
Ser buenas
compañeras de quien se siente agobiada o agobiado por las dificultades es un
ministerio que todas estamos en plena capacidad de realizar. Elena de White lo
describe así: “La tarea a la cual se nos llama no requiere riqueza, posición
social ni gran capacidad. Lo que se requiere es un espíritu bondadoso y
abnegado y firmeza de propósito” (El hogar cristiano, cap. 4, p. 26).
Jesucristo es
nuestro mejor ejemplo. Su corazón compasivo lo llevó a solidarizarse con el
sufrimiento humano. El Salvador fue compañero de los sufrientes y amigo de los
tristes. No se conformó con ser un simple espectador del sufrimiento ajeno. En
un mundo como el nuestro, donde el sufrimiento abunda y el dolor hace presa de
la mente y del corazón de tantos seres humanos, nosotras, sus hijas, hemos
recibido un llamado a ejercer un ministerio de consolación comenzando por
quienes viven bajo nuestro mismo techo.
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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