Es Dios quien lo instruye y le enseña cómo hacerlo.
Isaías 28:26
Hace poco mi
esposo y yo compramos un mueble para nuestra casa, de esos que se arman con
facilidad, solo hace falta seguir las indicaciones del manual.
Sin embargo
nosotros, excesivamente confiados, intentamos hacerlo por nuestra propia cuenta,
y pasamos por alto el paso número uno, el más importante de todos, el que
decía: “Para un ensamblaje rápido y perfecto, siga las instrucciones”.
Intentamos
unir las piezas donde nosotros creíamos que debían ir, colocando los tornillos
en el lugar que imaginábamos les correspondía. Pero, a pesar de las muchas
diferentes formas en que lo hicimos, algo salía siempre mal. Las piezas no
encajaban, los tornillos se atoraban, y el mueble comenzó a tomar una forma un
tanto extraña, que no se parecía para nada al modelo mostrado en la caja de
empaque. Con tranquila humildad, desarmamos lo que llevábamos hecho hasta el
momento, tomamos el manual de instrucciones y nos pusimos de nuevo manos a la
obra. Empezamos totalmente de cero, y en pocos minutos el mueble estaba
ensamblado, y mostrando toda su belleza.
Algo parecido
sucede en la vida de los seres humanos. Dios, nuestro Creador, nos hizo
perfectos y hermosos, y en ese proceso también nos dio indicaciones precisas
para que no estropeáramos su obra maravillosa. Sin embargo, muchos seres
humanos hemos desechado el “manual divino”, para escoger una vida que a
nosotros nos parece mejor.
La perfecta
maquinaria del organismo humano queda a menudo estropeada porque algunos
desconocen las indicaciones del Creador, o hacen caso omiso de ellas, comiendo,
bebiendo y llevando un estilo de vida de acuerdo a sus gustos y preferencias
personales.
Si deseamos
que no se pierda el divino sello colocado en la maravillosa obra que representa
cada ser humano, utilicemos el “manual divino”. Del propio fabricante, Dios,
hemos recibido las instrucciones más claras. Algunas de ellas las podemos leer
en Éxodo 20:1-17. Recuerda: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a
fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra”
(2 Timoteo 3:16-17).
Amiga, no
deseches el “manual de Dios”. Aplícalo a tu propia vida y a la de tus hijos.
Hazlo con responsabilidad; no es una tarea que puedes confiar únicamente a la
escuela o la iglesia. ¡Es un deber que debes cumplir con sagrado celo!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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