Quien se dio a sí mismo por nosotros para… purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras. Tito 2:14.
El Señor ha
separado para sí a los que son piadosos, y ésta consagración a Dios y
separación del mundo son presentadas positivamente tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo Testamento. Hay un muro de separación que el Señor
mismo ha establecido entre las cosas de este mundo y las cosas que ha elegido
del mundo y las ha santificado para sí. El llamamiento y el carácter del pueblo
de Dios son peculiares. Sus perspectivas son distintivas, y estas
peculiaridades los distinguen de todos los pueblos. Todo el pueblo de Dios
sobre la tierra es un cuerpo, desde el comienzo hasta el fin del tiempo.
Tienen una
Cabeza que dirige y gobierna el mundo. El mismo requerimiento que se aplicaba
al antiguo Israel, el de ser separados del mundo, se aplica hoy al pueblo de
Dios. La gran Cabeza de la iglesia no ha cambiado. La experiencia de los
cristianos en estos días se parece mucho a los viajes del antiguo Israel…
Al leer la
Palabra de Dios, se hace claro que el pueblo de Dios es peculiar y distinto del
mundo incrédulo que lo rodea. Nuestra posición es interesante y solemne; por
vivir en los últimos días, cuán importante es que imitemos el ejemplo de Cristo
y andemos como él anduvo…
Los siervos de
Cristo no tienen su hogar ni su tesoro aquí. Ojalá que todos ellos pudieran
entender que solo porque el Señor reina es que al menos se nos permite morar en
paz y seguridad entre nuestros enemigos. No es nuestro privilegio reclamar
favores especiales del mundo. Debemos consentir en ser pobres y detestados en
este mundo, hasta que se termine la guerra y se gane la victoria. Los miembros
de Cristo son llamados a salir y separarse de la amistad y el espíritu del
mundo; y su fuerza y poder consiste en el hecho de haber sido escogidos y
aceptados por Dios…
Así es que los
miembros de Cristo están en el mundo como él lo estuvo.
Son los hijos
y las hijas de Dios y coherederos con Cristo; y el reino y el dominio les
pertenecen. El mundo no entiende su carácter y su santa vocación. No percibe su
adopción en la familia de Dios. Su unión y comunión con el Padre y el Hijo no
son manifiestas al mundo, y en vista de su humillación y crítica, no pareciera
que son lo que serán. Son extranjeros. El mundo no los conoce ni aprecia los
motivos que los mueven - Review and Herald, 5 de julio de 1875.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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