Palabra de Dios: Apocalipsis 3:20
-Se
suponía que ya estaría aquí -dije, apoyando los carteles contra la puerta.
Janella
asintió.
-Estoy segura
de que pronto estará aquí.
Pero, pasaban
los minutos, y cada vez nos poníamos más ansiosas.
El señor B
había accedido a encontrarse con nosotras a las 7 de la mañana, para abrimos la
puerta del aula. Su esposa era nuestra maestra, y hoy era su cumpleaños.
Teníamos carteles, serpentinas y globos que colocar. Todos nuestros compañeros
habían estado de acuerdo en llegar temprano, y nos íbamos a esconder en el
aula, para sorprenderla.
-¿Por qué no
está aquí ya? -murmuré.
Miré hacia el
camino, pero no había señales de él. Pasaron diez minutos, y luego veinte. Era
casi la hora del inicio de las clases. La señora B llegaría en cualquier
momento.
Entonces,
vimos el auto del señor B. Corrimos a recibirlo, pero nos detuvimos de golpe:
la señora B estaba bajando del auto. Nuestros planes estaban arruinados.
-Buen día.
¿Está todo bien? -nos preguntó alegremente el señor B, aparentemente ignorando
que algo estaba mal.
-Lo estuvimos
esperando -susurré-. Usted dijo que iba a abrimos la puerta.
-Pero, lo hice
-susurró en respuesta-. La abrí temprano, esta mañana.
Janella y yo
nos miramos, consternadas. Así era: la puerta estaba sin llave. Habíamos estado
paradas, esperando todo este tiempo… frente a una puerta sin llave. Todo
lo que debíamos hacer era abrirla cuando quisiéramos, pero no lo sabíamos.
Eso también es
lo que sucede con la puerta de nuestro corazón.
Todo lo que
tenemos que hacer es abrirla, e invitar a Jesús a que entre.
Él dice: “Mira
que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré,
y cenaré con él, y él conmigo”. No te quedes allí, parado.
¡Abre la
puerta y hazlo entrar!
Lecturas Devocionales para Menores 2013
En algún lugar del Mundo
Por Helen Lee
Robinson
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