Ellos pastorearán a Asiria con la espada; con la daga, a la tierra de Nimrod. Si Asiria llegara a invadir nuestro país, si llegara a profanar nuestras fronteras, ¡él nos rescatará!
(Miqueas 5: 6).
En a la actualidad muchos habitantes de nuestro mundo se sienten confundidos por el rápido ritmo de los acontecimientos. El statu quo y la estabilidad con que contaban han desaparecido en gran medida. Cuando las cosas parecen más desesperadas necesitamos aferramos a las promesas de Dios. La historia de los Kuwamoto, que vivían en Hiroshima, Japón, ilustra cómo actúa Dios. La señora Kuwamoto consideraba que su esposo era un caso sin remedio. Estaba en la cocina cuando estalló la bomba atómica. La casa se desplomó y los sepultó a todos. La señora estaba bastante maltrecha, pero logró salir arrastrándose entre los escombros. Sacó a su huésped que también estaba entre los escombros, pero al señor Kuwamoto lo aplastaba una pesada viga. Por más que empujaba y tiraba de él, la señora no conseguía liberar a su esposo.
La radiación térmica de la bomba, con temperaturas superiores a los 3,000 grados centígrados, se combinó con los fuegos de las cocinas para producir devastadoras tormentas de fuego que barrieron la ciudad. El incendio se acercaba a lo que había sido la casa de los Kuwamoto. El señor se dio cuenta de que estaba condenado. Allí tuvo con su esposa la conversación más seria de su vida. Hasta ese momento no había querido escucharla cuando lo instaba a arreglar sus cuentas con Dios. Pero ahora manifestó un temeroso interés en la verdad. Confesó sus pecados y su testarudez. Dijo que sabía que lo que ella había intentado enseñarle a lo largo de muchos años era verdad. Quería que Dios lo perdonara y le pidió que orara por él para que pudieran estar juntos en el cielo. Después de la oración insistió en que ella lo dejara y huyera para salvar su vida. Para ella fue terrible abandonar a su compañero a la muerte, pero él insistió y por fin ella escapó.
Al día siguiente, la señora Kuwamoto se abrió pasó por en medio de los escombros de la ciudad destruida. Apenas pudo identificar su hogar. Cuando por fin lo consiguió, vio que su casa había sido totalmente destruida. Encontró los restos de su esposo, se arrodilló para elevar una oración silenciosa y lo encomendó a su Padre celestial, agradecida porque al fin había aceptado la salvación. Así actúa Dios. Confía en sus promesas. Las promesas de la Biblia siguen vigentes.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortéz
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