Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro.
Marcos 14:32.
Al dejar a los discípulos, y pedirles que
oraran por ellos mismos y por él, seleccionó a tres, Pedro, Santiago y Juan, y
se adentró más en la soledad del huerto. Estos tres discípulos habían estado
con él en su transfiguración; habían visto a los visitantes celestiales, Moisés
y Elías, que conversaban con Jesús, y este deseaba que estuvieran con él
también en esta ocasión...
Cristo expresó su deseo de simpatía humana,
y entonces se retiró de ellos a un tiro de piedra. Cayó sobre su rostro y oró:
“Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa –pero entonces añade–; pero no
sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:38).
Al concluir la hora, Jesús, sintiendo la
necesidad de simpatía humana, se levantó del suelo y fue tambaleándose hasta el
lugar donde había dejado a sus tres discípulos... Anhelaba escuchar de estos
palabras que le trajeran algún alivio en su sufrimiento. Pero quedó chasqueado.
No le brindaron la ayuda que ansiaba. En vez de esto, “los halló durmiendo”
(vers. 40).
Justo antes de dirigir sus pasos al huerto,
Jesús había dicho a sus discípulos: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí
esta noche”; y estos le habían asegurado con certeza que nunca abandonarían a
su Señor; que irían a la cárcel con él, y si era necesario sufrirían y morirían
con él. Y el pobre Pedro, en su autosuficiencia, había añadido: “Aunque todos
se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (vers. 31, 33). Pero los
discípulos confiaban en sus propias fuerzas; no miraban al poderoso Ayudador,
como Cristo les había aconsejado que hicieran... Incluso el ferviente Pedro,
que pocas horas antes había declarado que moriría con su Señor, estaba
durmiendo...
Nuevamente el Hijo de Dios quedó presa de
una agonía sobrehumana, y exhausto y casi desmayándose, fue tambaleándose de
vuelta al lugar de su primera lucha... Apenas momentos antes, Cristo había
derramado su alma en cantos de alabanza en acentos firmes, como uno consciente
de su calidad de Hijo de Dios... Ahora su voz les llegó en el tranquilo aire
nocturno, no en tonos de triunfo, sino llena de angustia humana. Poco antes
había estado sereno en su majestad; había sido como un poderoso cedro. Ahora,
era una caña rota...
Aunque el pecado era la terrible cosa que
había abierto las compuertas del dolor sobre el mundo, él se convertiría en la
propiciación por una raza que había decidido pecar – Signs of the Times, 2 de
diciembre de 1897; ver un texto similar en El Deseado de todas las gentes, pp.
637-641.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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