Oh Señor, líbrame de los impíos; protégeme de los violentos, de los que
urden en su corazón planes malvados y todos los días fomentan la guerra. Salmo
140:1-2
Parece
ser que la violencia que se vive en la sociedad actual ha llegado para
quedarse. Nos hemos acostumbrado a convivir con ella, de tal modo que, sin
darnos cuenta, podríamos incluso establecer patrones de una conducta violenta
para resolver los asuntos de la vida diaria.
La
cordialidad y la concordia entre los pueblos y las gentes se extinguen poco a
poco. Es en extremo devastador el efecto de esa violencia, que rebasa los
límites de lo aceptable y que se atreve a instalarse en nuestros hogares. Es
lamentable descubrir que los mecanismos para la resolución de conflictos
implementados en muchas familias están permeados de violencia.
Vemos
que en algunas sociedades los hijos reaccionan con violencia hacia sus padres,
desafiando la autoridad paterna mediante una actitud insolente y provocadora.
Los
padres, por otro lado, se enfurecen con sus hijos cuando estos se atreven a
contradecir sus órdenes. La agresión verbal es el arma de muchas esposas para
actuar en forma violenta contra sus esposos, y muchos de ellos, cuando tienen
un desacuerdo con sus mujeres, hacen alarde de su fuerza física y llegan
incluso a agredirlas.
Vivimos
en medio de la violencia, pero no hemos sido creados para ella. Esta es una
realidad a la que debemos despertar. Hemos de ser pacificadoras. Madres que,
con un verdadero sentido de justicia, corrijamos a nuestros hijos con paciencia
y bondad. Esposas capaces de poner un candado en los labios cuando los
sentimientos negativos estén a punto de brotar en forma de palabras violentas.
El consejo de Dios es: “Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que
sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para
quienes escuchan” (Efe. 4:29).
Permitamos
que, durante el día de hoy, Dios nos utilice como instrumentos de su paz, como
elegidas de Dios. Contrarrestemos todo brote de violencia vistiéndonos de
bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que nos toleremos unos a
otros (Col. 3:12-13).
No
en balde Jesús asumió la imagen de un cordero, uno de los animales más mansos
de la creación, e incapaz de realizar un acto violento en contra de sus
congéneres. Sigamos el ejemplo del Maestro, ¡digamos no a la violencia!.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
No hay comentarios.:
Publicar un comentario