viernes, 23 de agosto de 2013

CUANDO EL SOL SE PONE


Ya no será el sol tu luz durante el día, ni con su resplandor te alumbrará la luna, porque el Señor será tu luz eterna; tu Dios será tu gloria. 
Isaías 60:19

Nada tan hermoso como el amanecer, excepto un bello atardecer. Cuando llega la aurora, el cielo se matiza de colores dorados y ocres que parecen salidos de la paleta del Artista divino. La frescura del aire matinal penetra los sentidos y, al ser transportadas en las alas de la imaginación, podremos en ocasiones captar una vislumbre de la patria celestial. El amanecer es sinónimo de vida. La naturaleza despierta, las aves elevan sus trinos y los humanos reiniciamos las faenas inconclusas. El amanecer nos pone en acción, genera dinamismo y alegría.

Por otro lado, el atardecer es un espectáculo que arroba el alma y cautiva los sentidos. La mano de Dios diseñó los colores del atardecer. Rojos intensos en la línea del horizonte con los que se despide el sol. El aire se hace fresco y se llena de fragancias húmedas, como cuando la tierra recibe la lluvia generosa. El atardecer que nos ofrece descanso y paz, es a la vez la promesa más segura de un nuevo amanecer. El espíritu entra en un recogimiento que nos acerca a Dios, ante quien nos inclinamos reverentes en muestra de gratitud. ¡El amanecer y el atardecer son dos alegorías de alabanza y gratitud al Creador!

Nosotras somos hechura de Dios. Algunas de ustedes quizá estén en el amanecer de la vida, otras ya hemos entrado al atardecer de la existencia. Sin embargo, todas somos poseedoras de una belleza singular y somos expresiones del amor de Dios. Las jóvenes que están en el amanecer de la vida son promesas por cumplir.

Las mujeres adultas que están en el atardecer de la existencia, son como promesas cumplidas. Las jóvenes son el génesis de la existencia humana; mientras que las damas adultas son como el epílogo de los buenos libros: en ellas se encuentra la mejor lección.

Mujer joven, ¡despierta! Tienes mucho que hacer. Levántate con la naturaleza y alaba a Dios. Trabaja, aprende, prepárate. Tienes el tiempo y la lozanía de la juventud a tu favor. Si acaso estás en una etapa madura, piensa que eres la reina del atardecer. Podrás invitar al descanso e infundir paz a los que te rodean. Reposa en los brazos de tu amante Señor y retoma nuevas fuerzas para continuar con la misión de tu vida, de manera que cuando el sol se ponga en tu día, entres en la alegría del eterno amanecer.
  
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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