La mujer que teme al Señor es digna de alabanza. ¡Sean reconocidos sus
logros, y públicamente alabadas sus obras! Proverbios 31:30-31
Cada
día surgen más expectativas en tomo a quienes nos ha tocado vivir en esta
época, con todas sus implicaciones. Por dondequiera que vayamos, la gente
espera que actuemos de acuerdo a las condiciones que imperan en el momento
actual.
Claro
está, los parámetros van a diferir de acuerdo a la sociedad y a la cultura de
referencia. No obstante, nosotras, las hijas de Dios, deberíamos preguntarnos
qué parámetros son los que debemos observar con respecto a la realidad
imperante, aunque sin fallarle al Señor.
Sin
lugar a dudas, el papel de la mujer en la sociedad ha sufrido cambios
fundamentales, y muchas nos hemos sumido en una especie de confusión que nos
impide dar lo mejor de nosotras mismas. El mundo feminista proclama a voz en
cuello la liberación de la mujer del yugo del varón, y entra en una pugna
infructuosa, aunque es conveniente enfatizar que no podremos obtener la
superación y el reconocimiento que deseamos mientras imitemos conductas
varoniles impropias.
Por
supuesto que las hijas de Dios deberíamos vivir en armonía con lo que la vida
moderna nos exige. Debemos ser mujeres en constante desarrollo personal para
encontrar sabiduría y conducirnos apropiadamente en este tiempo mientras que lo
femenino pierde su valor. No debemos despreciar las características de nuestra
naturaleza, porque son un don de Dios para nuestra felicidad y realización.
Tenemos
el deber de transmitir a las más jóvenes la imagen de que somos cristianas
felices y realizadas, sin tener que usurpar ni desear las funciones masculinas.
Debemos
esforzarnos con todo empeño en formar familias felices. Este esfuerzo debe
estar dirigido a nosotras mismas. No intentemos parecemos a otra persona, ni
siquiera para demostrar a los hombres que podemos hacer las cosas mejor que
ellos. El apoyo masculino siempre será necesario y debemos buscarlo
intencionalmente.
Únicamente
recibiremos aprobación o desaprobación de parte de nuestro Dios.
Sin
embargo, recordemos que él nos dará todo lo que haga falta. Ese es el gran
consuelo y aliciente que podemos recibir a diario, si lo demandamos a Dios con
fe y sinceridad.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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