En efecto, nuestros padres nos disciplinaban por un breve tiempo, como
mejor les parecía; pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que
participemos de su santidad. Hebreos 12: 10
A
poco de redactar estas líneas mi padre, quien en fecha reciente había cumplido
93 años, pasó al descanso. Cuando me avisaron de su fallecimiento, y mientras
trataba de sobreponerme al impacto de la noticia, me vinieron a la mente muchos
re-cuerdos y vivencias. A pesar del tiempo transcurrido, los recuerdos se
mantenían nítidos en mi mente y mi corazón, ya que fueron muchos los años que
convivimos juntos.
A
mi padre lo habían criado en la milicia, por lo que le gustaba dar órdenes y
que le obedecieran. Su andar era recio y seguro, y no aceptaba excusas para la
desobediencia. Tenía un alto grado de responsabilidad en el cumplimiento de
Su
personalidad rígida no le permitía mostrar su amor mediante besos y caricias.
Nunca consoló nuestras lágrimas, sino que ofrecía soluciones y sugerencias. Me
protegió al proveerme abrigo, pero nunca me abrigó con sus brazos. Se preocupó
porque siempre hubiera alimento en la mesa familiar, pero hizo poco para
mitigar el hambre emocional de la familia. jugamos apenas unas cuantas veces,
nuestras conversaciones fueron superficiales, el contacto escaso; sin embargo,
estoy segura de que el amor estaba en su corazón.sus deberes y consideraba que
si alguien no era puntual en sus compromisos, no era una persona digna de
confianza. Se me ocurre, al echar un vistazo al pasado, que esos hábitos
laborales, así como su formación, no le permitieron demostrar plenamente la
ternura y el amor que estoy segura sentía por sus hijos.
Aunque
mi padre ya no nos acompaña, lo recordaré siempre sin rencores. Estoy segura de
que él creía que estaba dando lo mejor de sí , y sin duda lo hizo, aunque
quedaron muchos espacios vacíos en los corazones y almas de sus hijos.
Querida
hermana, hay muchas hijas cuyas experiencias quizá estén salpicadas por la
falta de cariño y la frialdad, Es posible que a pesar de los años trascurridos
las heridas no hayan sanado y que aún duelan. De ser así, habrá que restaurar
algunas situaciones. Quizá sea necesario el perdón; en todo caso, no juzgues
con dureza a tus padres si esa ha sido tu experiencia. Es mejor que dejes el
camino libre para que la justicia de Dios actúe y te restaure.
Recuerda
que el único mandamiento con promesa es aquel que nos exhorta a honrar a
nuestro padre y a nuestra madre, símbolos y representantes de nuestra
dependencia de Dios.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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