Vengo pronto. Atérrate a lo que tienes, para que nadie te quite la
corona. Apocalipsis 3:11
El
gran acontecimiento de mi encuentro final con Dios en la tierra nueva siempre
deambula por mi mente. Con los ojos de la imaginación me parece que puedo
visualizar el momento en que las manos del Salvador coloquen sobre mi cabeza
esa corona que tiene preparada especialmente para mí. ¡Qué momento tan sublime
será aquel! Me aferró fuertemente a la esperanzadora promesa que hemos recibido
como súbditos del reino eterno: “Cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes
recibirán la inmarcesible corona de gloria” (1 Pedro 5:4).
¡Una
corona de gloria! Esa será la recompensa visible de la fidelidad que hayamos
brindado a Dios a lo largo de nuestra vida terrenal. No sé si todas las coronas
serán iguales, pero si tomamos en cuenta que Dios conoce la naturaleza de la
mujer, me imagino que pondrá un detalle especial en las coronas preparadas para
sus hijas. ¿No te parece que tendría lógica?
¿Cómo
serán las estrellas que adornarán tu corona y la mía? Elena de White escribió
al respecto: “Vi después un gran número de ángeles que traían de la ciudad
brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ellas”
(Eventos de los últimos días, cap. 19, p. 237).
Cada
estrella representa las almas que hemos ayudado a salvar. Representan a todas
aquellas personas que la vida y las circunstancias pusieron en nuestro camino,
y que finalmente llegaron al cielo gracias, entre otras cosas, a nuestra
influencia positiva. Las estrellas serán una señal que los redimidos llevaremos
sobre nuestra cabeza. Mostrarán objetivamente el amor compasivo que brindamos a
nuestros semejantes de una manera práctica. Brillarán por la eternidad y nos
recordarán el esfuerzo que hicimos, con el poder de Dios, para rescatar a los
pecadores de la muerte eterna.
¿Cuántas
estrellas deseas que tenga tu corona? Entonces, trabaja arduamente ahora para
recibirlas después. Mira a tu alrededor. ¡Ese es tu campo de acción!
Esas
almas hoy perdidas, son las que harán brillar tu corona si las ayudas a acudir
a Cristo.
Comencemos
ahora, en Jerusalén, y luego en Samaria. En nuestra casa, en nuestra familia,
en nuestro entorno. Si trabajas por el Señor, podrás decir con seguridad como
el apóstol: “Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez
justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que
con amor hayan esperado su venida” (2 Timoteo 4:8).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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