Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes. Si
escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al
polvo. Pero si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la
tierra.
Salmo 104:28-30
Hoy
me gustaría hablar de las manos femeninas, que han sido motivo de inspiración
de muchas canciones y poemas. Manos de mujer, que mecen la cuna y que curan las
heridas. Manos que abrazan y consuelan a los desamparados.
Manos
que, con firmeza, conducen al niño que desconoce el camino que emprenderá en la
vida. Manos que saben dar una caricia a la amiga que sufre, y al esposo
cansado. Manos de mujer, por las que debería fluir todo el amor de Dios a los
seres que sufren, que suplican amor, que viven en soledad, que anhelan
aprobación. Como dice un poema muy popular: “Una mujer fuerte, es una mujer
‘manos a la obra’ ”.
Esa
es la invitación de hoy: que pongamos nuestras manos a la obra. Hay demasiado
que hacer, pero tan solo mediante la ternura que destila de las manos de una
mujer podrá ser realizado. La mujer virtuosa “tiende la mano al pobre, y con
ella sostiene al necesitado” (Proverbios 31:20).
Quien
está agobiado por la tristeza es terreno fértil para que tus manos abran un
surco en su corazón abatido, y siembren esperanza. Si lo consigues, la
bendición será recíproca: “El que ayuda al pobre no conocerá la pobreza; el que
le niega su ayuda será maldecido” (Proverbios 28:27).
Manos
de mujer, laboriosas e incansables. Manos de costureras, de enfermeras, de
maestras y de cocineras. Manos que, mientras cumplen con sus labores
cotidianas, remiendan con hilos de amor los corazones rotos y curan las heridas
con el ungüento del perdón. Son maestras del bien y escriben mensajes de amor
en los renglones torcidos del alma que sufre. Son las que preparan el menú de
la alegría cuando la familia se reúne en torno a la mesa familiar.
Amiga,
es hora de que mires tus manos y, en forma reverente, le pidas al Señor que las
limpie del mal y las use para el bien. Estoy segura de que, al terminar el día,
recibirás el más delicioso y puro de los toques. ¡El toque de las manos de
Dios!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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