Cristo no pasaba por alto a ningún ser
humano como miserable o desesperado, sino que buscaba aplicar el remedio
salvífico a cada alma que necesitaba de ayuda. Doquiera se encontraba, tenía
una lección apropiada para el momento y la circunstancia. Deseaba infundir
esperanza a los más rudos y menos prometedores, y colocaba ante ellos la idea
de que podían llegar a ser puros e inofensivos, y adquirir un carácter que
fuera semejante al de Cristo.
Podían ser los hijos de Dios y brillar como
luces en el mundo aunque hubiesen vivido entre gente mala. Por esta razón
muchos lo escuchaban de buena gana. Desde su misma niñez obraba a favor de
otros, y dejaba brillar su luz entre las tinieblas morales del mundo. Al llevar
cargas en su vida hogareña y al laborar en terrenos más públicos, mostraba a
todos lo que es el carácter de Dios. Él apoyaba todo lo que tuviera influencia
sobre los intereses reales de la vida, pero no animaba a los jóvenes a soñar en
lo que el futuro podría ser. Les enseñaba, por sus palabras y ejemplo, que el
futuro era decidido por la manera en que utilizaban el presente. Nuestro
destino es marcado por nuestro propio curso de acción. Quienes aprecian lo que
es correcto, quienes cumplen el plan de Dios aunque sea en una esfera estrecha
de acción, y quienes hacen lo correcto porque es correcto, encontrarán campos
más amplios de utilidad...
Es nuestro privilegio jugar un papel en la
obra y la misión de Cristo. Podemos ser colaboradores suyos. En cualquier
trabajo que se nos pida desempeñar, podemos trabajar con Cristo. Él está
haciendo todo lo que puede hacer para libertarnos; para lograr que nuestras
vidas –que parecen tan ajetreadas y estrechas– se extiendan para bendecir y
ayudar a otros. Él quiere que entendamos que somos responsables por hacer el
bien, y que advirtamos que si descuidamos nuestra obra estamos acarreándonos
pérdida...
Jesús llevaba la carga de la salvación de la
familia humana sobre su corazón. Sabía que a menos que los hombres y las
mujeres lo recibieran y fueran cambiados en su propósito y en su vida, se
verían eternamente perdidos. Esta era la carga de su alma, y él estaba solo al
llevarla. Nadie sabía cuán agobiante era el peso que anidaba en su corazón.
Pero desde su juventud estaba lleno de un profundo anhelo de ser una lámpara en
el mundo, y él determinó que su vida fuera “la luz del mundo”. Él era esto, y
esa luz todavía brilla para todos los que están en la oscuridad. Caminemos en
la luz que nos ha dado – Youth’s Instructor, 2 de enero de 1896.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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