También nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de
testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que
nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante
(Hebreos 12:1).
En el espectáculo
de la carrera del cristiano, el principal espectador es el Padre mismo.
Nuestro éxito le
interesa más que a nosotros mismos o a cualquier otro ser del universo.
En 1992, durante
los Juegos Olímpicos de Barcelona, Derek Redmond, velocista inglés, había competido
en las semifinales de los cuatrocientos metros. Para él, esa carrera era una
especie de revancha. Cuatro años antes, en las olimpiadas de Seúl, se había
desgarrado el tendón de Aquiles durante los calentamientos y no pudo competir.
Ahora se le presentaba otra oportunidad.
Sonó el disparo
de salida y los corredores salieron en busca del triunfo. Pero a una distancia
de ciento cincuenta metros de la meta a Derek se le desgarró un músculo y cayó
al suelo presa de un intenso dolor. Los camilleros corrieron hacia él pero les
hizo señas de que se alejaran, se levantó como pudo y comenzó a andar a saltos
dirigiéndose a la meta.
De repente un
hombre saltó de las gradas, corrió hacia Derek y echó su brazo sobre sus
hombros. Juntos saltaron durante los últimos cien metros hasta llegar a la
meta. El ayudante era Jim Redmond, el padre de Derek. Había hecho un gran
sacrificio para que su hijo llegara a la competición. Cinco minutos más tarde,
padre e hijo llegaron a la meta y sesenta mil personas les brindaron una gran
ovación de pie.
Cuando lo
entrevistaron, el padre dijo: “Hicimos un pacto: mi hijo iba a terminar la
carrera.
Esta es su última
olimpiada. Entrenó durante ocho años. Yo no podía permitir que no terminara la
carrera”.
Eso es lo mismo
que nuestro Padre celestial hace por nosotros. No se avergüenza de llamarse
nuestro Dios (Hebreos 11:16). Cuando lo buscamos tirados en el suelo, paciente y
amoroso nos levanta y nos acompaña el resto de la ruta. No permitirá que nos
quedemos en el camino si queremos llegar a la meta y clamamos por su ayuda. Es
una verdad bíblica.
Acércate hoy a tu
Dios y Salvador mientras te empeñas en terminar la carrera que él te propone
para hoy y para toda tu vida.
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