Evita las palabrerías profanas, porque
los que se dan a ellas se alejan cada vez más de la vida piadosa, y sus
enseñanzas se extienden como gangrena. 2 Timoteo 2:16-17
Sócrates, el renombrado filósofo de la antigua
Grecia, se distinguió por sus excelentes métodos de enseñanza. Acostumbraba a
decir cuando le presentaban a alguien: “Habla para que yo te conozca”.
Cuánta verdad hay en esta expresión, que no
está relacionada con la capacidad visual. Conocemos quién es una persona cuando
habla y escuchamos el contenido de sus expresiones. Sus palabras serán una
manifestación bastante exacta de lo que hay en su interior. En la Biblia
leemos: “El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el
bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda
en el corazón habla la boca” (Luc. 6:45).
Con cada expresión verbal que sale de nuestros
labios mostramos de qué material estamos formadas. ¿Qué pensamos de una persona
que continuamente habla mal de los demás? ¿Qué te dicen de determinada persona
las palabras obscenas y los chistes de doble sentido que brotan de su boca?
Las palabras ponen al descubierto las
creencias, los valores, los sentimientos y las emociones de quien las
pronuncia. Aunque algunas personas hacen ingentes esfuerzos por ocultar el
verdadero sentido de lo que dicen, por alguna “rendija” sus caracteres quedan
en evidencia. El apóstol Santiago escribió: “Con la lengua bendecimos a nuestro
Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios.
De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser
así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada?” (Sant.
3:9-11).
El Señor nos dio el maravilloso don del habla
con propósitos santos y elevados.
Algunos de ellos son:
• Bendecir: Significa hacer bien a otros con
lo que decimos. La invitación del Señor Jesús es: “Bendigan a quienes los
maldicen, oren por quienes los maltratan” (Luc. 6:28).
• Edificar: Hagamos que nuestras palabras
ayuden al crecimiento espiritual y emocional de los demás.
Recordemos: “Él murió por nosotros para que,
en la vida o en la muerte, vivamos junto con él. Por eso, anímense y
edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo” (1 Tes. 5:10-11).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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