¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de
Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a
él (1 Juan 3:1).
Juan
no intenta describir el amor de Dios, sino destacar su altura, profundidad y
anchura.
Por
eso dice “Fíjense qué gran amor” nos ha manifestado Dios, y luego suspende su
intento de describirlo. Viktor Frankl narra en El hombre en busca del sentido
último lo que le sucedió en el campo de concentración cuando un incidente le
recordó a su esposa separada cruelmente de su lado. La fila de prisioneros
caminaba por una carretera, en medio del frío invierno, sin abrigos, casi
desnudos, antes del amanecer, rumbo al trabajo. El dolor y el sufrimiento eran
atroces. Pero la mente de Frankl se concentró en el recuerdo amoroso y al
parecer se acercó a una comprensión de la profundidad del amor de Dios.
“Por
primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos
poetas o proclamada en la brillante sabiduría de los pensadores y los filósofos:
el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces
percibí en toda su profundidad el significado del mayor secreto que la poesía,
el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del
hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre,
despojado de todo, puede saborear la felicidad [...] si contempla el rostro de
su ser querido. Aun cuando el hombre se encuentre en una situación de
desolación absoluta, sin la posibilidad de expresarse por medio de una acción
positiva, con el único horizonte vital de soportar correctamente, con dignidad,
el sufrimiento omnipresente, aun en esa situación, ese hombre puede realizarse
en la amorosa contemplación de la imagen de su persona amada. Ahora sí entiendo
el sentido y el significado de aquellas palabras: ‘Los ángeles se abandonan en
la contemplación eterna de la gloria infinita’”.
Quizá
esa comprensión del amor de Dios capacitó a los mártires para cantar en medio
del martirio y morir alabando a Dios. Es el amor que todos debemos cultivar
para amar a Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra
mente. Creo que ese amor se pide y se recibe del Señor, pero también se cultiva
y se ejercita en la práctica de la vida cristiana. Es el amor de los cristianos
maduros, porque han conocido más de cerca a Dios.
Busquemos
ese amor hoy.
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