Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta.
Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Mateo 18:15.
¿Te
has preguntado alguna vez cuándo nos pide Dios que señalemos a otros sus faltas
con el propósito de restaurar nuestras relaciones? La vida es injusta y los
seres humanos somos imperfectos. Si convirtiéramos toda herida en una crisis de
perdón entonces nos dedicaríamos toda la vida a reconciliarnos. Cuando nos
lastimamos superficialmente, sencillamente lavamos la herida y dejamos que sane
sola. Igualmente, hemos de restar importancia a muchas heridas emocionales que
padecemos en este mundo. Después de todo, otros también soportan nuestros
defectos de carácter. Hay heridas, sin embargo, que no se deben ignorar. Lewis
B. Smedes, en su libro Perdonar y olvidar, propone tres características: son
personales, injustas y profundas. Por tanto, requieren una crisis Personales.
Solo podemos perdonar a seres humanos. No a la naturaleza, por ejemplo, o a un
sistema. El cáncer pudo habernos arrebatado a nuestro ser querido, pero no
podemos perdonarlo. Podemos hacerle la guerra o añorar el día que Dios lo
elimine; pero el perdón se da únicamente entre personas.
Injustas.
Hay dolores que son el resultado de nuestras acciones. Otros, sin embargo, son
totalmente inmerecidos e innecesarios. Estos agravios requieren una crisis de
perdón.
Los
que nos lastiman pueden o no percatarse de lo injusto de su acción. Algunos nos
lastiman porque creen que lo merecemos; otros nos hieren con los excesos de sus
propios problemas, con sus errores, y aun con sus buenas intenciones. No
importa cómo o por qué nos hacen daño sino cómo lo experimentamos.
Profundas.
No es fácil definir la profundidad de una herida, porque la medida está
encerrada en el corazón de quien la sufre. Me parece que los desaires, las
molestias, los desengaños, no deberían crear una crisis de perdón, basta con
sacudírnoslos. Hay otras heridas que requieren una crisis de perdón: la
deslealtad (cuando tratas a alguien a quien conoces como si fuera un extraño),
la traición (cuando tratas a alguien a quien conoces como si fuera tu enemigo)
y la brutalidad (cuando tratas de disminuir la excelencia humana de una persona
a través de tus acciones).
Si
la herida es personal, injusta y profunda no deberías ignorarla, sino
enfrentarla por tu bien y el de los demás. Cuando Jesús fue abofeteado
injustamente, resistió el mal y dio la oportunidad al otro de arrepentirse (lee
Juan 18:22, 23). Haz tú lo mismo. Enfrenta el mal con la mano extendida del
perdón. Si acepta tu mano, has ganado a tu hermano.
Lecturas
Devocionales para Jóvenes 2013
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Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
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