Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para
el hombre de paz.
Salmo 37:37.
La
paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable que se manifieste en
voces estentóreas y ejercicios corporales. La paz de Cristo es una paz
inteligente, y no induce a quienes la poseen a llevar las señales del fanatismo
y la extravagancia. No es un impulso errático, sino una emanación de Dios.
Cuando
el Salvador imparte su paz al alma, el corazón está en perfecta armonía con la
Palabra de Dios, porque el Espíritu y la Palabra concuerdan. El Señor cumple su
Palabra en todas sus relaciones con los hombres. Es su propia voluntad, su
propia voz, revelada a los hombres, y él no tiene una nueva voluntad, ni una
nueva verdad, aparte de su Palabra, para manifestar a sus hijos. Si tienen una
maravillosa experiencia que no está en armonía con expresas instrucciones de la
Palabra de Dios, bien harían en dudar de ella, porque su origen no es de lo
alto. La paz de Cristo viene por medio del conocimiento de Jesús, a quien la
Biblia revela.
Si
la felicidad proviene de fuentes ajenas y no del Manantial divino, será tan
variable como cambiantes son las circunstancias; pero la paz de Cristo es una
paz constante y permanente. No depende de circunstancia alguna de la vida, de
la cantidad de bienes mundanales ni del número de amigos terrenales. Cristo es
la Fuente de aguas vivas, y la felicidad y la paz que provienen de él nunca
faltarán, porque él es un manantial de vida. Los que confían en él pueden
decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones” (Salmo 46:1)…
Tenemos
motivo de incesante gratitud a Dios porque Cristo, por su perfecta obediencia,
reconquistó el cielo que Adán perdió por su desobediencia. Adán pecó, y sus
descendientes comparten su culpa y las consecuencias; pero Jesús cargó con la
culpa de Adán, y todos los descendientes de Adán que se refugien en Cristo, el
segundo Adán, pueden escapar de la penalidad de la transgresión.
Jesús
reconquistó el cielo para el hombre soportando la prueba que Adán no pudo
resistir; porque él obedeció la Ley a la perfección, y todos los que tengan una
concepción correcta del plan de redención comprenderán que no pueden ser salvos
mientras estén transgrediendo los sagrados preceptos de Dios. Deben dejar de transgredir
la Ley, y deben aferrarse a las promesas de Dios, que están a nuestra
disposición por medio de los méritos de Cristo.
Nuestra
fe no debe apoyarse en la capacidad de los hombres sino en el poder de Dios…
Cristo debe ser nuestra fortaleza y nuestro refugio… La religión pura y viva
consiste en la obediencia a toda palabra que sale de la boca de Dios — Signs of
the Times, 19 de mayo de 1890; también se encuentra en Fe y obras, pp. 90-92.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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