Porque Dios traerá toda obra ajuicio, juntamente con toda cosa
encubierta, sea buena o sea mala. Eclesiastés 12:14.
Dios
revela a Cristo a los pecadores, y ellos lo contemplan mientras muere en el
Calvario por el pecado de sus criaturas. Entonces entienden cómo son condenados
por la Ley de Dios, porque el Espíritu obra sobre sus conciencias y hace
cumplir el reclamo de la Ley quebrantada. Se les da la oportunidad de desafiar
la Ley, de rechazar al Salvador, o de ceder a sus reclamos y recibir a Cristo
como su Redentor. Dios no forzará el servicio de los pecadores, pero les revela
su obligación, despliega ante ellos los requisitos de su Santa Ley y coloca
ante ellos el resultado de su elección: obedecer y vivir, o desobedecer y
perecer.
El
Mandamiento desde el cielo es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo
como a ti mismo” (Lucas 10:27). Cuando se entiende la fuerza de este requisito,
la conciencia es convertida y el pecador es condenado. La mente carnal, que no
se sujeta a la Ley de Dios ni puede someterse, se alza en rebelión contra los
santos reclamos de la Ley. Pero en tanto los pecadores contemplan a Cristo
pendiendo de la cruz del Calvario, sufriendo por su transgresión, una
convicción más profunda se apodera de ellos y captan algo de la naturaleza
ofensiva del pecado.
Donde
existe un concepto verdadero de la espiritualidad y la santidad de la Ley
divina, los pecadores quedan bajo condenación y sus pecados quedan desplegados
ante ellos en su carácter genuino. Por la Ley viene el conocimiento del pecado,
y a su luz entienden la maldad de los pensamientos secretos y las obras de las
tinieblas…
El
carácter es probado y constatado por el cielo más por el espíritu interior, los
motivos ocultos, que por lo que los demás ven. La gente puede ostentar un
exterior agradable y parecer excelente desde afuera, mientras no son más que
sepulcros blanqueados, llenos de corrupción y suciedad. Sus obras son
registradas como no santificadas e impuras. Sus oraciones y obras, desprovistas
de la justicia de Cristo, no ascienden a Dios como dulce fragancia, sino que
son abominación ante los ojos del Señor. A los que abren sus ojos, la Ley
presenta una imagen perfecta del alma, una fotografía completa del ser
interior; y a medida que este cuadro se revela ante los pecadores, son
impulsados a reconocer que ellos se han vendido al pecado, pero que la Ley es
santa, justa y buena - Signs of the Times, 3 de noviembre de 1890.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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