Lugar: Rusia
Palabra de Dios: 1 Juan 4:10
Pedro
estaba sentado en su habitación, con una arruga de preocupación en la frente.
Él estaba a cargo del dinero allí, en el fuerte, y sabía que el dinero que
había en la caja fuerte no se correspondía con lo que los libros decían que
debía haber. El problema era que alguien vendría a revisar los registros
financieros.
Sacudiendo
la cabeza, Pedro gimió. Él había comenzado algunos malos hábitos y había
terminado apostando todo. Como necesitaba dinero, había sacado “prestado”
dinero de la caja fuerte. Unos billetes aquí, otros allá… Al calcular cuánto
había tomado en realidad, se sintió angustiado. “¡Una gran deuda! ¿Quién podrá
pagarla?”, escribió en un pedazo de papel. Finalmente, después de horas de
agonizar sobre su dilema, se quedó dormido.
Esa
noche, Nicolás I, zar de Rusia, decidió visitar el fuerte de incógnito.
Se
sacó su uniforme real y se vistió el uniforme de un oficial de menor rango.
Cuando vio una vela encendida en la habitación, entró y encontró a Pedro
profundamente dormido, sobre la mesa.
El
zar vio el trozo de papel y se dio cuenta de lo que pasaba. Él podría haber
dicho: “Se lo merece. Que pague por su error”. Pero, no lo hizo. En lugar de
ello, escribió una sola palabra sobre el papel:
“Nicolás”.
Pedro
se despertó en la mitad de la noche, pensando que solo le quedaba una opción:
se quitaría la vida. Pero, entonces vio que su papel tenía algo más escrito.
Después de sus palabras: “¡Una gran deuda!
¿Quién
podrá pagarla?”, decía “Nicolás”. A la mañana siguiente, llegó un mensajero
desde el palacio real, con suficiente dinero como para cubrir la deuda.
Nosotros
también tenemos una gran deuda que otro ha pagado por nosotros. La Biblia dice:
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el
perdón de nuestros pecados”. Él pagó el precio. ¡Una gran deuda! ¿Quién podrá
pagarla? La respuesta es: Jesús.
Lecturas Devocionales para Menores 2013
En algún lugar del Mundo
Por Helen Lee
Robinson
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