Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo
nombre es santo: ‘Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el
contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y
alentar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
A
Michael Torke, quien llegaría a ser un famoso compositor de música
contemporánea, le regalaron un piano a los cinco años y le asignaron una
profesora. Le encantaba la música y había mostrado ya, a esa edad, un talento
extraordinario.
En
cierta ocasión le dijo a su maestra:
-Me encanta la pieza “azul”.
-¿Azul?
-respondió confundida la maestra.
-S
í-contestó Michael-, la pieza en re mayor… El re mayores azul.
-N
o para mí -replicó la maestra.
Ambos
quedaron confundidos, pero sobre todo Michael, pues él imaginaba que todas las
personas veían colores asociados con los tonos musicales. Michael tenía una
condición llamada “sinestesia”, en la que la estimulación de un sentido, en este
caso el oído, afecta o activa un sentido diferente, en este caso la vista.
Desde su niñez Michael había visto los tonos en colores establecidos que no
cambian: sol menor es ocre o amarillo brillante; re menor, color grafito; fa
menor, color terroso…
La
experiencia musical de estas personas debe ser realmente interesante. En su
libro Musicofilia, Oliver Sacks nos dice cómo describe Jacques Lusseyran la
sinestesia que adquirió con su ceguera: “Cuando emitía un sonido en la cuerda
del la, el mi, el sol o el do, ya no lo oía. Lo miraba. Tonos, acordes,
melodías, ritmos, todo era inmediatamente transformado en imágenes, curvas,
líneas, formas, paisajes y sobre todo colores [...]. En los conciertos, la
orquesta me parecía un pintor. Me inundaba de todos los colores del arco iris.
Si el violín tocaba un solo, de repente me llenaba de oro y fuego, con un rojo
tan brillante que no había visto nunca. Cuando era el turno del oboe, un verde
claro me invadía, tan fresco, que parecía sentir el aliento de la noche [...].
Veía la música y podía hablar su lenguaje”.
Nunca
pensé que el sonido y el color se pudieran mezclar de manera tan maravillosa.
Tampoco
pensé que Dios pudiera hacerse hombre para salvarme, pero lo hizo porque me
amaba. Él hizo lo impensable para salvarnos. Cuando pienses que Dios es
demasiado sublime para escucharte a ti, piensa en Jesús. Pídele en este día que
te dé una vislumbre de su gloria, y que el gozo de su presencia desborde en tu
corazón.
Lecturas
Devocionales para Jóvenes 2013
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Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
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