El Señor mismo instruirá a todos tus hijos, y grande será su bienestar.
Isaías 54:13
Nunca
olvidaré la expresión en el rostro de mi hija cuando la enfermera puso en sus
brazos a su pequeña recién nacida. Me dio la impresión de que había nacido
siendo madre. Un idilio silencioso y tierno se dio frente a mis ojos. La recién
nacida, que apenas hacía su entrada al mundo, buscó un espacio cálido cerca del
corazón de su progenitora; mientras que la nueva mamá acariciaba uno a uno los
pequeños y perfectos rasgos de aquel rostro que por primera vez contemplaba.
Sin
duda los hijos son el mayor regalo que Dios nos concede. Desde antes de que
nazcan ya queremos para ellos lo mejor. Anhelamos que sean personas felices y
realizadas, y luchamos con ahínco para alejar de ellos cualquier obstáculo que
pudiera impedir su desarrollo. Creo que la mayor bendición que puede disfrutar
una persona es tener una madre cristiana, que no solo busca el bienestar físico
y material de sus vástagos, sino que además coloca un cerco de protección
alrededor de ellos. Únicamente la presencia de Dios puede hacer que eso se logre.
Los
más jóvenes, al igual que los mayores, son de las presas favoritas de Satanás,
quien procura presentarles un mundo lleno de atractivos con el fin de
apartarlos del camino de la rectitud. Las madres ocupamos en muchos sentidos el
lugar de Dios para nuestros hijos. Nosotras debemos ser las que con fe luchemos
a brazo partido contra el mal para salvaguardar las vidas de nuestros
herederos. Dios estará a nuestro lado como nuestro mejor aliado debido a que
conoce nuestra obra y su trascendencia. Él, que es nuestro creador y
sustentador, nos vigila con amor y comprensión, presto a escuchar nuestras
oraciones y a darnos la ayuda que necesitemos.
Él
conoce las dificultades que pesan sobre el corazón de cada madre, por lo que
será el mejor amigo con que podemos contar ante cualquier emergencia.
Sus
brazos eternos sostienen a la madre que es fiel y temerosa de Dios.
Amiga,
en caso de que seas madre, ¿te parece que ahora la tentación zarandea sin cesar
a uno de tus hijos? ¡Pues cobra ánimo! No te conformes solamente con lamentarte
o preocuparte. Levanta tus manos al cielo, alza tu voz con humildad y clama al
Señor, llámalo hasta que su poder actúe. Que tu súplica sea: “¡Señor, salva a
mis hijos!”.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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