Lugar: Japón
Palabra de Dios: Romanos 5:8
El
aire zumbaba de entusiasmo cuando trece mil personas se congregaron en el
Hipódromo de Kochi, al sudoeste de Tokio. Habían venido a ver a un caballo de
carreras, un petiso castaño llamado Haru-urara.
Había
once caballos en las compuertas de partida, con los músculos moviéndose
nerviosamente, tensos por salir. Haru-urara esperaba entre ellos, usando su
tradicional capucha rosada. La señal de partida hizo que los caballos corrieran
a la pista, con el polvo volando detrás de ellos.
Las
miles de personas gritaban salvajemente, animando a Haruurara.
Contuvieron
el aliento mientras veían cómo el caballo luchaba por mantener el paso, pero su
valiente esfuerzo no fue suficiente.
Pronto
quedó atrás, y al final cruzó la línea de llegada en décimo lugar.
Sus
admiradores, quizá, se sintieron un poco chasqueados por la derrota, pero
igualmente se veían felices cuando volvían a sus hogares.
No
habían abandonado la esperanza, y la próxima vez que corriera, allí estarían
nuevamente, para animarlo.
Con
tantos admiradores, podríamos pensar que Haru-urara era un caballo de carreras
campeón. Después de todo, la gente apoya a los ganadores. La verdad es que
Haru-urara no ha ganado ni una sola vez en toda su carrera. Tiene una racha de
derrotas de más de cien carreras. Sin embargo, la gente lo ama y continúa
alentándolo.
Esta
historia m e recuerda el amor de Dios por nosotros. Aunque le hemos fallado m
uchas veces, él sigue amándonos y alentándonos. No se da por vencido con
nosotros, incluso cuando tropezamos y caemos.
Tampoco
nos deja de lado porque no seamos campeones ni números uno. La Biblia dice que
“Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros”. ¡Ese es un amor que asombra!
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