jueves, 31 de octubre de 2013

UNA FE INQUEBRANTABLE

Portada Mujeres
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. 
2 Corintios 1:3-4

Dios nos ha hecho una promesa maravillosa, y es que en medio de las dificultades él estará con nosotras. Yo sé que en efecto confiamos y creemos que esto es así; sin embargo, qué difícil resulta entenderlo, e incluso recordarlo, cuando estamos en el crisol de la prueba.

La hermana Adela llegó un día a su casa y se dio cuenta de que su esposo no estaba. Durante el resto del día se mantuvo esperando a que volviera, con un poco de impaciencia. Al anochecer, la impaciencia se transformó en angustia. Su esposo no regresaba. Encima de la cama estaban sus documentos personales, su Biblia y su ropa en perfecto orden. La hermana Adela apenas sale de casa. Ella sigue a la espera de que un día su esposo regrese, y por supuesto desea ser la primera en abrazarlo.

Han pasado ya dos años desde el incidente, y ella afirma que su espera no terminará mientras Dios la sustente. La fortaleza de Adela no decae. Ella mantiene encendida la luz de la esperanza. Sabe que su Dios vive y está al tanto de sus criaturas. Las investigaciones policiales indican que posiblemente se haya tratado de un secuestro, sin embargo, no se ha obtenido mayor información.

Este es un gran ejemplo de fe, algo que debería animarnos a permanecer incólumes al enfrentar cualquier momento difícil. Debemos tener la seguridad de que “Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está interesado en nuestro bienestar.

No debemos permitir que las perplejidades y congojas cotidianas aflijan nuestro espíritu y oscurezcan nuestro semblante” (El camino a Cristo, cap. 13, pp. 181-182).

Amiga, ante la prueba quizá te sientas tentada a pensar que Dios está ajeno a tu sufrimiento y a tu dolor; sin embargo, no te desesperes. Es momento de echar mano de todas las promesas de Dios y suplicarle con humildad que las haga realidad en tu vida. Recuerda lo que dijo la mensajera del Señor: “Dios no desea que ninguno de nosotros permanezca postrado a causa de la intensa aflicción, con los corazones transidos de dolor. Él quiere que miremos hacia arriba y veamos el arco de la promesa, y que reflejemos la luz para otras personas” (Mensajes selectos, t. 2, cap. 27, p. 294).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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