Yo te he glorificado en la
tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
Juan 17:4.
Cuando Cristo expiró en la cruz y clamó en
gran voz “Consumado es”, su obra había terminado. El camino había sido abierto;
el velo había sido rasgado. La humanidad podía acercarse a Dios sin una ofrenda
de sacrificio; sin el servicio de sacerdotes terrenales. Cristo mismo era un
sacerdote según el orden de Melquisedec. El cielo era su hogar. Vino a este
mundo a revelar al Padre. Respecto de su humillación y conflicto, su obra en lo
concerniente a ello ya estaba hecha. Ascendió al cielo y se sentó para siempre
a la diestra de Dios.
La vida de Cristo en esta tierra había sido
de fatiga; una vida ocupada e intensa. Resucitó de los muertos y durante
cuarenta días permaneció con sus discípulos, instruyéndolos en preparación para
su partida de entre ellos. Estaba listo para irse. Había demostrado el hecho de
que era un Salvador vivo; sus discípulos no necesitaban asociarlo más con la
tumba de José. Podían pensar en él en términos de su glorificación entre los
ejércitos celestiales...
Todo el cielo esperaba con ansiosa
vehemencia el fin de la demora del Hijo de Dios en un mundo quemado y marcado
con la maldición. La exaltación de Cristo habría de ser en proporción a su
humillación y sufrimiento. Llegó a ser el Salvador, el Redentor, únicamente
porque primero llegó a ser el Sacrificio...
Cristo vino a la tierra como un Dios
disfrazado de humanidad. Ascendió al cielo como el Rey de los santos. Su
ascensión fue digna de su carácter exaltado. Ascendió desde el Monte de los
Olivos en una nube de ángeles, quienes lo escoltaron triunfalmente a la ciudad
de Dios. Él no fue por su propio interés, sino como el Creador del pacto y el
Redentor de sus hijos e hijas creyentes, que han llegado a creer por la fe en
su nombre. Vino como uno poderoso en batalla, un conquistador, que llevó
cautiva a la cautividad, entre aclamaciones de alabanza y cánticos
celestiales...
¡Qué contraste entre la recepción de Cristo
cuando regresó al cielo y su recepción en esta tierra! En el cielo solo había
lealtad, no había penas ni sufrimiento con los cuales toparse constantemente...
Había llegado el momento para que el
universo del cielo aceptara a su Rey – Signs of the Times, 16 de agosto de
1899.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White