Las verdaderas riquezas
Las zorras tienen guaridas,
y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su
cabeza. Mateo 8:20.
Cristo vino a este mundo para vivir
una vida de perfecta obediencia a las leyes del Reino de Dios. Él vino a elevar
y ennoblecer a los seres humanos, a fi n de obrar para ellos una justicia
duradera. Vino como un medio a través del cual la verdad fuera impartida. En él
se encuentran todas las excelencias necesarias para una perfección absoluta de
carácter...
Cristo rindió su elevada autoridad en
las cortes celestiales, y deponiendo su manto real y su corona de rey, vistió
su divinidad con humanidad. Por nosotros se hizo pobre en riquezas y ventajas
terrenales, para que los seres humanos pudieran ser ricos en el eterno peso de
gloria. Tomó su lugar a la cabeza de la familia humana y consintió en soportar
en lugar de nosotros las pruebas y las tentaciones que ha traído el pecado.
Pudo haber venido en poder y gran gloria, escoltado por una multitud de ángeles
celestiales. Pero no, él vino en humildad, de parentesco insignificante. Fue
criado en una aldea desconocida y detestada. Vivió una vida de pobreza, y a
menudo sufrió privación y hambre. Hizo esto para demostrar que las riquezas
terrenales y un rango elevado no aumentan el valor de las almas en la presencia
de Dios. Él no nos ha dado indicio alguno de que las riquezas hagan que alguien
sea merecedor de la vida eterna. Aquellos miembros de iglesia que tratan al hermano
que se ha empobrecido como si fuese indigno de su atención no aprendieron tal
cosa de Cristo...
Someterse al pecado es lo que trae
gran infelicidad al alma. No es la pobreza sino la desobediencia la que
disminuye nuestra esperanza de ganar la vida eterna, la que el Salvador vino a
traernos. Las verdaderas riquezas, la verdadera paz, el verdadero
contentamiento, la felicidad duradera se encuentran únicamente en un
sometimiento entero a Dios, en perfecta reconciliación con su voluntad.
Cristo vino a este mundo para vivir
una vida de pureza inmaculada con el fi n de así mostrar a los pecadores que,
con su fuerza, ellos también pueden obedecer los santos preceptos de Dios, las
leyes de su Reino. Él vino a magnificar la Ley y hacerla honrosa por medio de
su conformidad perfecta a sus principios. Unió a la humanidad y la divinidad,
de manera que los seres humanos caídos puedan ser partícipes de la naturaleza
divina, y así escapar a la corrupción que existe en el mundo por la
concupiscencia.
Fue del Padre que Cristo
constantemente obtuvo el poder que le permitió mantener su vida libre de la
mancha o la suciedad del pecado –Review and Herald, 4 de julio de 1912.
Tomado de Meditaciones Matutinas
para adultos 2013
"Desde el Corazón"
Por Elena de White
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