DERRAMARÉ MI ESPÍRITU SOBRE VUESTRAS HIJAS
Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que lo ayudaban con sus propios recursos (Lucas 8:3).
Las
mujeres siempre han tenido un papel importante en la obra de Dios. Y lo mismo
ocurrió en el adventismo millerita. Lucy Mary Hersey, por ejemplo, se había
convertido a la edad de dieciocho años y sintió que Dios la había llamado a
predicar el evangelio.
En
1842 aceptó la doctrina millerita y acompañó a su padre en un viaje a
Schenectady, Nueva York. Allí pidieron al padre que hablara de las bases de su
fe. La gente se oponía tanto a la idea de que las mujeres predicaran, que el
encargado pensó que era mejor que quien predicara fuera el padre. Pero, milagro
de los milagros, el padre se quedó mudo de repente.
Después
de un largo silencio el encargado presentó a Lucy, diciendo que era capaz de
hablar sobre el tema. ¡Ojalá lo hubiera hecho antes! La respuesta de la gente
fue tal, que pronto se mudaron a un local más amplio. Ese fue el principio de
un ministerio fructífero que resultó en la conversión de varios hombres que
llegarían a ser pastores adventistas.
Pero
más éxito tuvo Olive Mary Rice. Convertida al millerismo en 1843, estaba
convencida de que “el Señor quería que hiciera algo más que solo asistir a las
reuniones de oración”.
Para
el mes de marzo de 1843 el Señor había bendecido su ministerio con centenares
de conversiones. Le escribió al editor Joshua V. Himes: “Constantemente, recibo
invitaciones para predicar de cuatro o cinco lugares al mismo tiempo”.
Rice
reconoció que muchos se oponían a su obra porque era una mujer, pero ella declaró
que “no se atrevía a detenerse por la única razón de que soy mujer. Me siento
justificada ante Dios y espero con gozo rendir cuentas ante él por dar la
advertencia a mis prójimos”.
Elvira
Fassett, por su parte, tuvo que afrontar la oposición de su esposo. Se le había
enseñado que una mujer no tiene que hablar en público. Pero, por la presión de
otros, acabó decidiéndose y encontró que Dios bendijo sus esfuerzos. Uno de sus
conversos más importantes fue su esposo, quien fue testigo del impacto que produjo
su predicación y comprendió la importancia de la profecía de Joel 2 de que en
los últimos días Dios derramaría sus Espíritu sobre las mujeres jóvenes. Pronto
los esposos Fassett formaron un equipo para predicar el evangelio.
Dios
quiere utilizarnos a todos en la predicación del evangelio sin importar el
color de la piel, el sexo, la nacionalidad o el idioma. ¿Estás dispuesto a
involucrarte?.
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