El poder convincente de Jesús
Y se admiraban de su doctrina, porque
su palabra era con autoridad. (Lucas 4:32)
La misión de Jesús fue puesta de
manifiesto por milagros convincentes. Su doctrina asombró a la gente... Era un
sistema de verdad que satisfacía la necesidad del corazón. Su enseñanza era
clara, sencilla y abarcante. Las verdades prácticas que enunció tenían poder de
convicción y llamaban la atención de la gente. Las multitudes permanecían junto
a él, maravillándose por su sabiduría. Sus modales estaban en armonía con
las grandes verdades que proclamaba. No pedía disculpas, no vacilaba, ni había
la menor sombra de duda o de incertidumbre de que fueran diferentes de lo que
declaraba. Hablaba de lo terrenal y de lo celestial, de lo humano y lo divino,
con autoridad absoluta; y la gente se admiraba “de su doctrina, porque su
palabra era con autoridad”.
Él había afirmado ser el Mesías, pero
el pueblo no lo recibía, aunque veían sus obras maravillosas y se asombraban
ante su sabiduría. Él no cumplía sus expectativas respecto del Mesías. Se les
había instruido para que esperaran pompa y gloria humanas en el advenimiento de
su Libertador, y soñaban que con el poder del “León de la tribu de Judá” la
nación judía sería exaltada a la preeminencia entre las naciones del mundo. Con
estas ideas, no estaban preparados para recibir al humilde Maestro de Galilea, aunque
él vino tal como los profetas habían predicho que vendría. No fue reconocido
como “la Verdad”, “la Luz del mundo”, aunque hablaba como nadie había hablado
jamás, porque su apariencia era humilde y modesta. Vino sin el concurso del
espectáculo y la
gloria terrenales. Había, no
obstante, una majestad en su misma presencia que hablaba de su carácter divino.
Sus modales, aunque eran gentiles y atrayentes, poseían una autoridad que
inspiraba respeto y admiración. Él mandaba, y la enfermedad abandonaba al
sufriente. Los muertos escuchaban su voz y vivían; los tristes se alegraban; y
los cansados y abatidos encontraban reposo en su amor compasivo...
Los cojos, los ciegos, los paralíticos
y los leprosos, y los afligidos con todo tipo de enfermedad acudían a él, y él
los sanaba a todos... El Cielo apoyó sus reclamos con manifestaciones poderosas
–Review and Herald, 6 de julio de 1911; parcialmente en Reflejemos a Jesús, p.
93.
Tomado de Meditaciones Matutinas
para adultos 2013
"Desde el corazón"
Por: Elena G. de White
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