Dichoso el que tiene en ti su
fortaleza, que solo piensa en recorrer tus sendas. Cuando pasa por el valle de
las lágrimas lo convierte en región de manantiales (Salmo 84:5, 6).
En septiembre de 2010, Joni Eareckson Tada
publicó su libro titulado A Place of Healing [Un lugar de sanación]. La
pregunta fundamental que plantea es la siguiente: Si Dios quiere sanar a las
personas, ¿por qué no siempre lo hace? Esta es una pregunta especialmente
importante para Joni. Hace más de cuatro décadas, sufrió un accidente cuando se
arrojó al agua en la bahía de Chesapeake. Quedó tetrapléjica, es decir, paralizada
de las cuatro extremidades. Además, en años recientes ha sufrido un dolor
crónico atroz. Por si esto fuera poco, le diagnosticaron cáncer de mama en el
verano de 2010. En una entrevista con la revista Time después de la publicación
del libro, Joni confesó que se ha encontrado a sí misma algunas veces pensando:
“Señor, esto es demasiado como para soportarlo, ¿estás seguro de que sabes lo
que haces?”
Es posible que tú también te hagas esta
pregunta o te la hayas hecho en el pasado. Si no es así, es posible que te la
plantees en el futuro, porque vivimos en un mundo de pecado donde el dolor nos
alcanza a todos. Yo también me hice esta pregunta cuando mi hijo murió en mis
brazos el 21 de julio de 2003.
No sé si Joni contestó finalmente la
pregunta en su libro (salió a la venta una semana antes de que yo escribiera
estos renglones, así que no lo tenía en mis manos). Sin embargo, temo que su
pregunta solamente recibirá respuesta cuando se la hagamos personalmente a Dios
en el cielo. Joni, sin embargo, hizo una revelación extraordinaria a Time. En
ese momento explicó que si Dios la hubiera sanado milagrosamente cuando tenía
17 años, no habría podido ministrar a tantas personas inválidas o
discapacitadas, ni habría sido un motor clave para la legislación en los Estados
Unidos (que ha tenido impacto en diversos lugares del mundo) en favor de las
personas con alguna discapacidad.
Tú y yo debemos hacer lo mismo. Hemos de
pedir al Señor que extraiga algo de nuestro dolor. Algo que redunde en
beneficio para otros. Hemos de evitar que nuestro sufrimiento sea estéril, sin
sentido, que se desvanezca en la historia sin haber dejado huella. Eso es lo
que Cristo hizo con su dolor. Lo utilizó para salvarnos. ¿Permitirás que Dios
extraiga de tu sufrimiento algo bueno para ti y para los demás?.
MEDITACIONES MATINALES JÓVENES 2013
¿SABÍAS QUE…?
Por: Félix H. Cortez
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