martes, 22 de octubre de 2013

LOS FRUTOS DEL PENTECOSTÉS


Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan… reconocían que habían estado con Jesús. Hechos 4:13.

Después de la crucifixión de Cristo, los discípulos formaban un grupo desvalido y desanimado, como ovejas sin pastor. Su Maestro había sido rechazado, condenado y clavado en la ignominiosa cruz. Los sacerdotes y los gobernantes judíos habían declarado burlonamente: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mateo 27:42)…

Pero la cruz, ese instrumento de vergüenza y tortura, trajo esperanza y salvación al mundo. Los discípulos se reanimaron, los abandonó su desesperanza e impotencia. Sus caracteres fueron transformados y los lazos de amor cristiano unieron al grupo. Eran hombres humildes, sin riquezas, sin armas fuera de la Palabra y el Espíritu de Dios, y considerados por los judíos como simples pescadores; sin embargo, salieron con la fuerza de Cristo a testificar de la verdad y a triunfar sobre toda oposición. Vestidos con la armadura divina, empezaron a contar la maravillosa historia del pesebre y de la cruz. Sin honores o reconocimiento humanos, fueron héroes de la fe. De sus labios brotaron palabras de elocuencia divina que sacudieron al mundo.

Los que habían rechazado y crucificado al Salvador, y esperaban ver a los discípulos desanimados y abatidos, listos a renunciar al Señor, oyeron con asombro el testimonio claro y denodado de los apóstoles, proclamado bajo el poder del Espíritu Santo. Los discípulos trabajaron y hablaron como su Maestro había trabajado y hablado, y todos los que los oían, decían: “Han estado con Jesús, y han aprendido de él”.

Cuando los apóstoles salieron por todas partes a predicar acerca de Jesús, hicieron muchas cosas que los gobernantes judíos no aprobaron. La gente sacaba a la calle a sus enfermos y a los perturbados por espíritus inmundos; se reunían multitudes a su alrededor, y los que habían sido sanados voceaban sus alabanzas a Dios y glorificaban el nombre de Aquel a quien los judíos habían condenado, coronado de espinas, y hecho azotar y crucificar. Jesús ahora era exaltado por encima del sacerdote y del gobernante; y había peligro de que las doctrinas de los rabinos se desprestigiaran, porque los apóstoles incluso declaraban que Cristo había resucitado de los muertos…

“Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hech.os5:42).- “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47) - Signs of the Times, 20 de septiembre de 1899; también se encuentra en Recibiréis poder, p. 177.

Tomado de  Meditaciones Matutinas para adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White

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