La hierba se seca y la flor se
marchita,
porque el aliento del Señor sopla sobre ellas.
Sin duda, el pueblo es
hierba.
La hierba se seca y la flor se marchita,
pero la palabra de nuestro
Dios permanece para siempre. Isaías 40:7-8
Es indudable
que los tiempos cambian, y cada día de manera más vertiginosa.
Lo que hoy es,
mañana deja de ser; y eso ocurre en casi todos los aspectos de la vida. La moda
en el vestir va y viene; de pronto algunos estilos que tuvieron mucha
popularidad desaparecen, y el día menos esperado, descubres que aquel vestido
que se había quedado en un rincón del armario, de nuevo vuelve a ser tendencia.
Ha cambiado la apariencia de hombres y mujeres a lo largo de los años.
Asimismo los
nuevos inventos traen aparejados cambios en la forma de trabajar y el modo de
hacer las cosas. En el ámbito social, varía la manera de relacionarse entre las
personas, así como los tipos de recreación. Todo cambia.
Aunque cada
cambio trae consigo una buena dosis de estrés, es indudable que todos, de una u
otra manera, nos vemos afectados por dichas transformaciones.
Todo ello no
es en sí bueno ni malo, sencillamente representa las exigencias del momento. Lo
más importante de todo es saber que la esencia de la vida es la misma que
surgió de los planes del Creador. Eso no ha cambiado ni cambiará, por mucho que
pase el tiempo.
Dios es un
ancla que nos provee seguridad cuando las turbulencias del tiempo desean
arrastrarnos. Los seres humanos todavía necesitamos vivir bajo el señorío de
Dios, aunque las circunstancias presentes nos lleven a pensar y decir lo
contrario.
Sin él, somos
como una barca movida por los vientos cambiantes de la vida.
Dios no es
únicamente el Capitán de la embarcación de nuestra vida, sino también el
Timonel que marca el rumbo.
Si nos
mantenemos fieles al Señor, avanzaremos en la buena dirección y tendremos la
seguridad de que atracaremos en un puerto seguro al final de nuestro viaje.
Dios nos dice: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis
discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31-32).
No dudemos de
Dios, ni de su Palabra. No permitamos que la sociedad actual, con todos sus
cambios, nos deslumbre y nos lleve a pensar que no necesitamos a Dios, ni nos
obligue tanto a adaptamos que perdamos el estilo de vida que caracteriza a un
cristiano. Cuando el mundo parezca decirte que no hay Dios y que el ser humano
es amo y señor de su propio destino, levanta el estandarte de la verdad.
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado