Nadie tenga un concepto de sí
más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación
(Romanos 12:3).
Una sana autoestima es un valioso
ingrediente de la personalidad. Contribuye a la felicidad y al sentido de
realización en la vida. No se debe confundir con el error contra el cual
aconseja el apóstol Pablo. La siguiente historia puede ilustrarlo.
Un hombre de baja estatura, llamado Charles
J. Guiteau, fastidió tanto al secretario de estado James Blaine, de los Estados
Unidos, que un día este lo amenazó: “Nunca más vuelva a molestarme con respecto
al consulado de París”. Lo que el hombrecito quería era, nada menos, que lo
nombraran cónsul estadounidense en París. Estaba convencido de que era la
persona más apta para dicho puesto.
Finalmente escribió una carta al presidente
James A. Garfield en la que decía: “Usted y el Partido Republicano se
arrepentirán… El señor Blaine es un malvado, un genio del mal, usted no tendrá
paz hasta que se lo haya quitado de encima”.
El presidente ignoró su carta y Guiteau
decidió matarlo, pensando que después sería proclamado héroe y salvador, el
hombre fuerte del Partido Republicano, y que luego la nación, agradecida, lo
elegiría presidente para suceder al traidor. El 16 de junio de 1881, un mes
antes del intento de asesinato, Guiteau intentó justificar su “divinamente
inspirado” atentado mediante un “discurso dirigido al pueblo estadounidense”.
Ese discurso fue asombroso. No se sabe sí
era producto del cerebro de un demente perspicaz o de un megalómano
desorbitado. Pero la historia es triste. El 2 de julio de 1881, Guiteau
perpetró su atentando. Le disparó tres veces por la espalda al presidente James
A. Garfield, uno de los mejores hombres que ha producido la nación
estadounidense, quien murió al cabo de dos meses del ataque. Guiteau nunca
perdió la esperanza de que lo absolvieran en su juicio, que duró sesenta y dos
días. Creía que después del proceso haría una gira de conferencias por Europa y
que regresaría a su país a tiempo para la campaña presidencial de 1884.
Pero aunque lo declararon demente, el jurado
lo condenó a muerte. Cuando le pusieron el dogal en el cuello, Guiteau recordó
a los asistentes de su ejecución que algún día le erigirían un monumento a su
memoria. Un monumento con una inscripción que dijera: “Aquí yace el cuerpo de
Charles A. Guiteau, patriota y cristiano. Que su alma esté en la gloria”.
Apliquemos hoy el buen consejo de Pablo:
“Nadie tenga de sí un concepto más alto del que debe tener” (Romanos 12:3).
MEDITACIONES MATINALES JÓVENES 2013
¿SABÍAS QUE…?
Por: Félix H. Cortez
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