Pero al fin vinieron dos
testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en
tres días reedificarlo.
Mateo 26:60, 61.
Esta era la única acusación que podía
presentarse contra Cristo. Pero estas palabras habían sido declaradas y
aplicadas mal. Cristo había dicho: “Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré... Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2:19-21).
Los sacerdotes y los gobernantes, con muchos
otros, lo desafiaban con esta declaración falsa. Cuando pendía de la cruz, fue
repetida en son de burla por los escribas y los fariseos y apoyada por la
multitud. “Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a
ti mismo” (Mateo 27:40). Pero, aunque se las citaba mal, las palabras de Cristo
se estaban cumpliendo. Se les daba publicidad, y se hacían más impresionantes
por las proclamaciones de sus enemigos...
Los que con mofa dijeron: “Confió en Dios;
líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (vers. 43), no
pensaron que su testimonio repercutiría a través de los siglos. Pero aunque
fueron dichas en son de burla, nunca hubo palabras tan ciertas. Llevaron a los
hombres a buscar en las Escrituras por sí mismos. Hombres sabios oyeron,
investigaron, reflexionaron y oraron. Hubo quienes no descansaron hasta que,
por la comparación de un pasaje de la Escritura con otro, vieron el significado
de la misión de Cristo. Vieron que Aquel cuya tierna misericordia abarca todo
el mundo proveía perdón gratuito...
Nunca antes hubo un conocimiento tan general
de Jesús como cuando fue colgado de la cruz. Fue levantado de la tierra para
atraer a todos hacia sí. En el corazón de muchos de los que presenciaron la
crucifixión y oyeron las palabras de Cristo resplandeció la luz de la verdad.
Con Juan, proclamarían: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo” (Juan 1:29)...
Esta escena ocurrió a la vista del cielo y
de la tierra. Los ángeles contemplaron la burla inmisericorde y el odio
manifestado contra Jesús por quienes debían haberlo reconocido como el
Mesías...
Nuevamente se escuchó el clamor, como de uno
en agonía mortal: “Consumado es” (Juan 19:30). “Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46). Cristo, la Majestad
del cielo, el Rey de gloria, estaba muerto – Review and Herald, 28 de diciembre
de 1897; ver un texto similar en El Deseado de todas las gentes, pp. 653, 696,
697.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White