jueves, 14 de noviembre de 2013

¿HABRÁ ALGO MÁS PESADO?

Portada Mujeres
“Si se enojan, no pequen”. 
No dejen que el sol se ponga estando aún enojados, 
ni den cabida al diablo. 
Efesios 4:26-27

El enojo es una de las emociones humanas clasificadas como “negativas”, y eso se debe principalmente a las muchas consecuencias perjudiciales que dicha actitud puede provocar, y de hecho provoca, en la vida de millones de personas. El enojo puede tener su origen en la frustración, en los intentos fallidos por conseguir algo, o en algún dolor psicológico o físico.

Muchas personas dirigen su enojo hacia sí mismas cuando están enojadas por algo o con alguien. Llegan a pensar que son torpes y que están destinadas al fracaso (si no se ven ya como fracasados). Otras dirigen su incomodidad hacia los demás. Quizá tengan envidia del bienestar que otros disfrutan, o se consideren poco afortunadas pensando que Dios las ha abandonado. Creen que el Señor provee para los demás, pero que no lo hace de la misma manera para ellos. Son personas incapaces de disfrutar de los favores divinos y de las bendiciones que reciben, asumiendo en ocasiones un papel de víctimas sufrientes.

Nadie está libre del enojo. Esta emoción es propia de la naturaleza humana y todos mostramos una propensión a ella a cada paso que damos. Sin embargo, cuando el enojo nos envuelve porque no somos capaces de controlarlo, y eso hace que nos olvidemos del poder de Dios para afrontar las circunstancias, corremos un grave peligro. El teólogo escocés Hugh Black decía: “Si un hombre fomenta el enojo, si permite que su mente llegue a ser un nido de pasiones inmundas, de malicia, odio y deseos malignos, ¿cómo podrá habitar en su interior el amor de Dios?”.

El enojo permanente tiende a causar efectos permanentes en nuestro ser, y algunos de ellos podrían ser irreversibles. Aconsejaba el apóstol Pablo: ““Si se enojan, no pequen”. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados, ni den cabida al diablo” (Efesios 4:26-27). Dios nos ha dado dos recursos maravillosos para despojarnos de la carga que produce el enojo, antes de que eche raíces en nuestra vida. Primero la oración, un medio por el cual nos comunicamos con lo divino.

En segunda instancia, el perdón, que es la obra de Dios en el corazón humilde de alguien que no desea ser juez de los demás, sino que da lugar para que actúe la justicia divina.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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