Y morirá todo primogénito en
tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono,
hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito
de las bestias. Éxodo 11:5.
A medida que Moisés presenciaba las
maravillosas obras de Dios, su fe se fortalecía y se afianzaba su confianza.
Dios lo había estado calificando, por medio de manifestaciones de su poder,
para colocarse a la cabeza de los ejércitos de Israel, como un pastor de su
pueblo, para sacarlos de Egipto.
Su firme confianza en Dios lo elevó por encima
del temor. Este valor en la presencia del rey contrariaba el orgullo altanero
de este, y lo llevó a amenazar de muerte al siervo de Dios.
En su ceguera, no
advirtió que no contendía únicamente con Moisés y con Aarón, sino contra el
poderoso Jehová, el Hacedor del cielo y la tierra. Si Faraón no hubiera estado
enceguecido por su rebelión, habría sabido que Aquel que podía producir
milagros tan extraordinarios como aquellos podía preservar la vida de sus
siervos escogidos, aunque tuviera que matar al rey de Egipto.
Moisés había obtenido el favor del pueblo.
Lo consideraban un personaje maravilloso; por lo tanto, el rey no se atrevía a
hacerle daño. Pero Moisés todavía tenía otro mensaje para entregar al monarca
rebelde, y antes de abandonar su presencia declaró temerariamente la Palabra
del Señor: “A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo
primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta
en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo
primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto,
cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde
el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que
Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas” (Éxodo 11:4-7)...
Según Moisés fielmente describía la
naturaleza y los efectos de la última plaga terrible, el rey se volvió
extremadamente iracundo. Se enfureció porque no podía intimidar a Moisés y
hacerlo temblar ante la autoridad real. Pero el siervo de Dios se apoyaba, para
su sustento, en un brazo más poderoso que el de cualquier monarca terrenal – Signs
of the Times, 18 de marzo de 1880.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White