Lugar: Israel
Palabra de Dios: Mateo 3:14-17
El
1 de agosto de 1988 fue un día memorable para mí. Ese fue el día de mi
bautismo, en el que acepté públicamente a Jesús como mi Salvador. Al entrar en
el agua detrás de mi papá, miré a mi alrededor y sonreí a mi mamá, a mi
hermano, a mi tía y a mi tío, que estaban allí para ser testigos del
acontecimiento.
Apenas
noté los pequeños peces que se deslizaban entre mis tobillos, o los turistas que
se detenían a mirar mientras mi papá levantaba su mano y decía: “Ahora te
bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”; y luego me
sumergía en el agua. Fue una ocasión muy especial, y lo que la hizo más
especial todavía fue que me estaba bautizando en el río Jordán, el mismo río en
el que Jesús fue bautizado hace dos mil años.
El
libro de Mateo registra lo que sucedió. Jesús fue al Jordán para pedir a Juan
el Bautista que lo bautizara, pero “Juan trató de disuadirlo.
-Yo
soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? -objetó.
-Dejémoslo
así por ahora, pues nos conviene cumplir con lo que es justo –le contestó
Jesús. Entonces Juan consintió. Tan pronto como Jesús fu e bautizado, subió del
agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como
una paloma y posarse sobre él. Y una uoz del cielo decía: ‘Éste es mi Hijo
amado; estoy muy complacido con él’ ¿Has pensado alguna ve en lo que significa
ser bautizado? La Biblia lo describe como morir al pecado y volver a vivir en
Jesús. Al ser bautizado, sigues sus pisadas. Si ya estás bautizado, piensa en
cómo fue la experiencia; si no te bautizaste todavía, quizá quieras pensar en
dar ese paso algún día.
Lecturas
Devocionales para Menores 2013
En algún lugar
del Mundo
Por Helen Lee
Robinson