Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón
y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Grábate en el corazón estas
palabras que hoy te mando.
Incúlcaselas continuamente a tus hijos.
Háblales de
ellas cuando estés en tu casa
y cuando vayas por el camino,
cuando te acuestes
y cuando te levantes.
Deuteronomio 6:5-7
¿Cuántas
veces has escuchado la frase: “¡Te lo he dicho miles de veces!”? Esta es una de
las expresiones favoritas de muchas madres cuando sienten que están a punto de
perder la paciencia, o quizá cuando enfrentan la renuencia con la que un hijo
acata una orden, o recibe una indicación.
En realidad,
esa frase tan común y en apariencia inocente, encierra diferentes connotaciones
negativas. Quien es confrontado con dicha expresión recibe algunos mensajes que
podrían calar con el tiempo en su personalidad. En resumidas cuentas:
¡El joven es
descalificado! Inculcan en el niño sentimientos de que vale poco y de que no es
capaz de hacer bien una indicación que se le ha dado en repetidas ocasiones.
Elena de White nos lo advierte: “Los niños tienen la percepción rápida, y
disciernen los tonos pacientes y amorosos en contraste con las órdenes impacientes
y apasionadas, que desecan el raudal del amor y del afecto en los corazones
infantiles” (El hogar cristiano, cap. 39, p. 217).
Recuerda que
la rudeza de las palabras con que una madre se expresa podría dar la idea de
que es una persona impaciente, nerviosa, perfeccionista e intolerante.
Por otro lado,
una madre que tenga una apropiada relación con Cristo, no provocará a sus hijos
mediante su irritabilidad, falta de amor o de simpatía. No les enviará mensajes
de impaciencia porque habrá adquirido paciencia en su relación diaria con el
Señor.
Un concepto
básico de la psicología afirma que mediante la repetición es como aprenden los
niños. Por lo tanto, se hace necesario que repitamos con insistencia amorosa lo
que se pretende enseñarles. Pero esa repetición ha de ser paciente en la forma
y en el tono de la voz. Esa idea la refuerza la Palabra de Dios, cuando el
mismo Señor afirma: “Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas
cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y
cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7).
Querida madre,
la próxima vez que te sientas tentada a hacer algún reclamo a tus hijos con
impaciencia, respira hondo, exhala y luego pídele al Señor con humildad que te
permita hablarles con amor y paciencia.
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado