Me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y
dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte
(2 Corintios 12:10).
Quizá
Sean Swarner podría decir, en cierto sentido humano, las mismas palabras del
apóstol Pablo. Cuando tenía trece años, se fracturó una rodilla mientras jugaba
al baloncesto. Veinticuatro horas después, había empeorado. En su pueblo no
podían darle un diagnóstico fiable, así que fueron a un hospital de la ciudad
de Columbus donde le diagnosticaron la enfermedad de Hodgkin en su cuarta
etapa, la que precedía a la muerte. Le dieron tres meses de vida.
Aunque sus
padres no le revelaron la gravedad de su enfermedad, él hizo su propia
investigación en la biblioteca del hospital. Pero los terribles pronósticos no
lo detuvieron.
Pasó más de un
año soportando una quimioterapia brutal y tomando esteroides, que lo hicieron
aumentar más de treinta kilos de peso. “De por sí ya es difícil ir a la escuela
como un muchacho normal”, dijo un día, “pero ahora, mientras mis amigos andan
tras las jovencitas, a mí se me cae el vello de todo el cuerpo y no quiero que
nadie me vea”.
Con el tiempo.
Sean volvió a practicar atletismo y pronto rompió las mejores marcas de
natación; albergó esperanzas de formar parte del equipo olímpico
estadounidense. Pero dos años más tarde, durante una de sus visitas regulares
al hospital, los médicos descubrieron que le crecía un tumor en el pulmón
derecho. En esa ocasión se le diagnosticó un tumor de Askin. Le dijeron que le
quedaban dos semanas de vida.
Pero, de
nuevo, luchó por sobrevivir. Pasó el decimosexto año de su vida en un estado de
coma inducido y, después, otro año en tratamientos diversos. Después de una
segunda recuperación milagrosa, dijo: “Definitivamente supe que tenía una nueva
oportunidad en la vida. Desde ese momento comencé a ver las cosas de manera
diferente”.
Sean terminó
la licenciatura con buenas notas y luego se dirigió a la Universidad de Florida
para estudiar un doctorado en Psicología. Su ideal era ayudar a los pacientes
con cáncer. Pero poco después de comenzar el posgrado comprendió que no estaba
preparado para hacer frente al desgaste emocional de su propio cáncer y no
digamos el de los demás. Así que abandonó el doctorado.
En busca de
nuevos desafíos, decidió afrontar el mayor de todos: escalar el monte Everest.
Desde entonces
visita centenares de hospitales alrededor del mundo, y muestra a las personas
que están al borde de la tumba que todavía pueden realizar grandes cosas.
Decide hoy, por la gracia de Cristo, hallar fuerza en la debilidad.
Lecturas
Devocionales para Jóvenes 2013
¿Sabías qué..?
Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez